Mientras personas como Juan Abarca no pierdan esa fe, el mundo aún tiene una oportunidad.
En estos momentos, a finales del mes de enero, cuando nos encontramos en la parte más alta de la curva de contagios producida por la sexta ola, cuesta mucho no querer mirar hacia adelante para pensar que por fin vamos a poder pasar página, volver al escenario de principios del 2019 y acabar con este interminable suplicio.
Ese ha sido nuestro gran problema desde el principio. Nuestro gran error en el que, por supuesto. me incluyo, al pensar que cada ola sería la última. Los políticos se mostraban exultantes, como si hubieran ganado unas elecciones, y los ciudadanos lo celebraban cansados por el prologando hartazgo que llevan padeciendo entre restricciones y mascarillas.
Como digo, yo he deseado lo mismo, pero al menos he tratado de transmitir durante estos 20 meses, en función de la experiencia que hemos ido acumulando, que se contemplaran todas las posibilidades en el futuro inmediato desde que acabó la primera ola. El resultado es que el virus ha venido siempre con una nueva embestida que ha superado las peores expectativas posibles y que nos ha sorprendido sin la preparación suficiente en ninguna de las cinco olas restantes.
Escuchamos en octubre, por parte de las autoridades del Centro de Alertas y Emergencias, que no iba a haber una sexta ola, que las vacunas no perdían eficacia y que no haría falta una tercera dosis de forma generalizada. Resultado: en vez de prepararnos para lo peor empezamos a donar las vacunas, con el siguiente retraso cuando nos hicieron falta, y desdeñamos la posibilidad de comprar fármacos para el COVID estando actualmente sin existencias suficientes.
¿Y ahora qué? Todo parece indicar que ésta puede ser la última cepa ya que los expertos en virología sugieren que la Ómicron ha perfeccionado tanto su diseño que queda muy poco margen para que pueda haber más mutaciones. Estos datos podrían suponer un alivio ante una temida nueva ola. Ahora hablamos incluso de pasar a una situación endémica y por lo menos controlada, pero vayamos paso a paso.
Primero, hay que ir digiriendo esta sexta ola. Estamos aún en un escenario con decenas de miles de contagios y aunque es cierto que esta cepa es menos letal y produce menor gravedad, al tener un altísimo número de contagios hará que los números absolutos en ingresos hospitalarios y fallecimientos sigan siendo muy elevados. Tratar de acelerar sin orden ni control la salida de la sexta ola, sólo nos traerá un incremento brusco de los fallecimientos en la recta final.
Segundo, hay que aprovisionarse bien para la futura situación endémica. Haciendo acopio de fungibles (a poder ser de producción propia), vacunas y medicamentos para poder tratar a los pacientes antes de que enfermen. Con respecto a las vacunas tenemos un gran proyecto nacional, la vacuna de la empresa Hipra, que nuestro Gobierno debería potenciar y promover al máximo porque sus expectativas son realmente alentadoras en la prevención de la enfermedad.
Y tercero y lo más importante, tenemos la obligación de prepararnos otra vez para lo peor. Es decir, para la posibilidad, por remota que sea, de que el virus vuelva a mutar hacia una cepa que desplace a la Ómicron y vuelva a bloquear el sistema sanitario y la actividad económica del país.
En esta sexta ola, fruto de la gestión de las bajas de incapacidad temporal y del seguimiento de los contagios, se ha colapsado la atención primaria con el inconveniente que implica para el resto de los pacientes que tienen que acceder al sistema sanitario y sólo lo pueden hacer a través de estos servicios.
Habría que establecer protocolos claros y homogéneos para sacar el máximo aprovechamiento a las farmacias comunitarias. Tratar de generar circuitos y tener equipos formados fuera de los centros de atención primaria, para el control y el seguimiento de las PCR y de las bajas y altas laborales. Creo que deberíamos tratar, en la medida de las posibilidades, de centralizar a los pacientes con COVID en algunos centros porque hay que tener en cuenta que el aislamiento al que obliga el contagio implica que los pacientes que ingresan con otras patologías, pero sean COVID positivo, tienen que estar solos, lo que va a producir una evidente merma en la capacidad de hospitalización del sistema sanitario público en el que todavía quedan muchos centros con habitaciones de dos o más pacientes. En base a esa disminución de la capacidad de hospitalización hay que trabajar de manera mucho más estable con el sector privado, con el cual se debe asegurar una continuidad en la asistencia y la información clínica fomentando los sistemas interoperables.
Debemos exigir a nuestros gobernantes que se pongan de acuerdo de una vez para esta cuestión y lleguen a un consenso que ponga a los pacientes en el centro. Al final el estado de bienestar es la suma de muchos factores, pero si hay carencias vitales o el sistema sanitario está colapsado, la sociedad se acaba fragmentando.
Tenemos muchas preguntas y ninguna certeza con las respuestas sobre lo que nos deparará el futuro. Aunque la ciencia haya avanzado muchísimo en estos dos años hay cosas que no podemos predecir hasta que pase el tiempo. Así, por ejemplo, desconocemos la duración y el efecto de la inmunidad celular y por tanto si habrá que vacunarse más veces o no.
No sabemos exactamente lo que va a pasar, pero tenemos la obligación de estar preparados para lo peor. Aunque todos estamos cansados, eso no va a hacer que el problema desaparezca y por tanto que podamos volver a la situación prepandémica. No lo podemos hacer ni desgraciadamente depende de nosotros.
Convivir con el virus conlleva que de alguna forma tengamos ciertas limitaciones y debemos tener por seguro que no hay victoria política sobre él. Al contrario, él ha vencido porque ha conseguido quedarse entre nosotros.
Asumámoslo de una vez y afrontémoslo unidos.
Juan Abarca Cidón
Presidente de HM Hospitales