Confianza, compromiso y utilidad, la receta imperecedera de Iberaval en la atención a las pymes

Cuando hace ya un buen puñado de años la publicidad puso de moda el acrónimo JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados) César Pontvianne era un estudiante de Empresariales en la Universidad de Salamanca que, sin saberlo, encajaría perfectamente en aquella célebre definición.

Empresario de cuna, las responsabilidades que pronto asumió en Plásticos Durex, la compañía fundada por sus abuelos en 1947, fueron modelando el carácter y el liderazgo del actual presidente del Consejo de Administración de Iberaval, un cargo que simultaneó durante casi un año con su mandato al frente de Empresa Familiar de Castilla y León. Allí tuvo la oportunidad de reforzar sus creencias como ferviente defensor del asociacionismo.

Amante de los desafíos, en septiembre de 2020 -después de más de una década en ‘casa’-, este salmantino intrépido que no duda en llevar el nombre de su tierra por cualquier rincón del mundo, decidió salir de su zona de confort para dar el salto a Gestamp, empresa que le nombró director de la estrategia de negocio, un puesto ideal para desarrollar todas esas capacidades aprendidas a lo largo de los años. Audacia, firmeza en la negociación, perseverancia y olfato son solo parte de un catálogo de habilidades empresariales que no deja de crecer, añadiendo valía a los méritos de Pontvianne como uno de esos grandes directivos que disfruta en el cuerpo a cuerpo. La veteranía, sin embargo, aún no ha logrado arrebatarle ese gesto juvenil de curiosidad propio de quienes disfrutan aprendiendo. La mirada de un hombre que, en el fondo, todavía sigue siendo aquel JASP.

 

Aunque no estuviésemos en sus orígenes o no recordemos sus primeros pasos, como es lógico, las grandes empresas de nuestros días empezaron siendo ilusiones, proyectos minúsculos, que poco a poco fueron creciendo hasta tomar su dimensión actual, la de auténticos trasatlánticos. En algunos casos, los sueños locos de jóvenes emprendedores, sus desvelos, prototipos y maquinaciones, acabaron siendo casos de éxito internacionales que muchos estudian en escuelas de negocio, y otros ven con envidia.

Ahora bien, pocas veces se enfocan estos ejemplos, one in a million, con la óptica del crecimiento. Las tecnológicas Apple, Google, Amazon o Facebook, conocidas bajo el acrónimo GAFA… O esas marcas ya universales que, por ejemplo, adornan nuestras zapatillas deportivas -sí, hablo de Nike o Adidas-. Todas ellas empezaron siendo el empeño de lunáticos que lograron llevar sus ideas a otro nivel y, hoy en día, constituyen conglomerados empresariales que facturan más que países enteros y dan empleo a miles y miles de personas en todo el mundo, directa o indirectamente. Pero, coincidiremos todos en que nadie regala nada en esta vida.

De todas estas compañías se conoce su historia -en parte porque todas ellas han entendido que el marketing es un elemento fundamental para el crecimiento empresarial y se han encargado de difundirla-, y es que el storytelling ha ganado enteros en los últimos tiempos. El marketing 3.0 popularizado por Philip Kotler ha calado hondo en las empresas, y toda la que se precie de serlo necesita un viaje del héroe para tener gancho y atrapar a un target concreto en un contexto complejo y cada vez más global en el que el posicionamiento de las marcas parece más una justa medieval que otra cosa, dado el bombardeo de información al que estamos expuestos cada día y a que la competencia ha pasado del terreno de juego offline al online.

Sobre cada una de estas firmas se han escrito decenas de anécdotas, pasajes, catástrofes, milagros y moralejas… Pero nunca se repara en cómo cada una de ellas llegó a financiarse.

Y ese hecho, el de acceder a la financiación, representa uno de los principales desafíos y, por tanto, una de las mayores preocupaciones a los que se ha de enfrentar toda empresa. En particular, cuando está dando sus primeros pasos. En cambio, cuando las compañías crecen, todo cambia. Principalmente esa circunstancia que tantos quebraderos de cabeza genera para el emprendedor como es la de acceder al crédito. Tener que acudir en busca de recursos y recibir muchas negativas, justificadas o no, frustra enormemente. Pero la tortilla da la vuelta y son muchos los que llaman después a la puerta cuando las cosas van bien. En ocasiones, quienes dieron el no por respuesta en los comienzos. Por este motivo, normalmente, si alguien nos ayuda cuando estamos aprendiendo a andar, o cuando estamos en una mala racha, lo recordamos y le debemos gratitud para el resto de los días.

Las sociedades de garantía (SGR), como Iberaval, su régimen jurídico para ser más exacto, fue objetivo de una norma, la Ley 1/1994, de 11 de marzo, en la cual se detallaba que «su objeto social debía ser el otorgamiento de garantías personales, por aval o cualquier otro medio admitido en derecho distinto del seguro de caución, a favor de sus socios para las operaciones que éstos realicen dentro del giro o tráfico de las empresas de que sean titulares». Para que lo entendamos todos: las SGR tienen una motivación, que es respaldar a las pymes a partir de su función avalista, con el fin de facilitar su acceso a financiación. Es su leitmotiv. Y, precisamente, ese hecho, el de ser un compañero de viaje, también aporta una vertiente agregada, y es que mejora las condiciones en ese acceso al crédito, ampliando plazos de devolución y abaratando los costes de las operaciones, al asegurar al prestador que recibirá el importe aportado.

Esa variable junto con la labor de acompañamiento que hacen los técnicos y comerciales de las SGR son dos de los elementos mejor valorados por las empresas que se acogen a la financiación facilitada por las sociedades de garantía. En Iberaval somos absolutamente conscientes de ello pero, aún así, trabajamos por mejorar ambas cuestiones cada día.

De hecho, ese objetivo último de la confianza que deberían perseguir todas las empresas, en Iberaval lo buscamos transmitir en todo momento. Egoístamente, nos aporta prescriptores.

Pero más allá de esa colaboración indirecta, hemos trabajado duro por forjar la reputación que actualmente tiene Iberaval. Una institución como esta, que acaba de cumplir 40 años de servicio a las empresas, se ha convertido en un aliado útil y eficaz por muchas cuestiones. Nuestra comunicación con los socios es muy fluida. Contamos con una revista semestral, enviamos boletines todos los meses, hemos sido la primera sociedad de garantía en lanzar un podcast, y una de las primeras empresas castellano y leonesas es subirse a ese carro.

Pisamos la calle. Lo hemos demostrado en esta pandemia, con una campaña global denominada «Compromiso Iberaval», que ha servido para respaldar más de 10.000 proyectos y canalizar más de 700 millones de euros. Cierto es que, con respaldo de la Junta de Castilla y León, el Gobierno de La Rioja, el Ayuntamiento de Madrid, o los Fondos FEDER a partir de dos Instrumentos Financieros, de Crecimiento Empresarial e I+D. Pero ese compromiso hacia afuera, fundamentalmente vestido de liquidez, ha tenido unos artífices, 90 empleados -obviamente, también prescriptores- en una quincena de puntos de atención, que han sabido ponerse en la piel de quienes recibieron el boca-oreja desde nuestros socios, en la actualidad 33.000, más de un centenar de ellos institucionales, o desde las entidades financieras.

He de confesar que no ha sido fácil.

Estuvimos, como los bancos, desde el minuto cero de la pandemia abiertos. Y es ahora, pese a que el desafío del COVID-19 está mutando en una suerte de tormenta perfecta, con inflación, carestía de componentes, energía por las nubes, cuando percibimos los frutos de ese esfuerzo que tuvo, tiene y tendrá siempre al socio en el centro de nuestra acción.

Lo llamamos compromiso. Compromiso Iberaval.

César Pontvianne de La Maza

Presidente del Consejo de Administración de Iberaval