Durante décadas esta ingeniera agrónoma -también licenciada en Derecho- se ha batido el cobre tanto en el parlamento español como en la Unión Europea para defender los legítimos intereses de sectores vitales para el PIB español. Para el recuerdo quedan sus negociaciones de la siempre correosa Política Agraria Común, el caballo de batalla que trae a menudo de cabeza al sector primario. Sin permitir más concesiones que las imprescindibles y legitimando a España como un país con mucho que decir y aún más que aportar desde el campo, la brillantez de esas gestiones la consolidó como una gran negociadora y su elegancia en la contienda verbal parlamentaria hizo de ella una adversaria respetada y respetuosa; una mujer que nunca pierde la compostura por dura que sea la tormenta.
Acostumbrada a mirar a los ojos y escuchar a quienes siembran lo que comerá todo un país, aplicó esa máxima -ojos y oídos bien abiertos- cuando, como representante de nuestro país, acudió a las cumbres climáticas donde las líneas rojas se iban ya estrechando a la espera de respuestas firmes. Por convicción personal, Isabel García Tejerina no puede estar más en sintonía con una sociedad sostenible y sensibilizada; orgullosa de una Unión Europea en la que cree firmemente y más cuando, como en este caso, ha decidido tomar las riendas sin titubeos frente a la tibieza de otros.
Mucho tiempo ha transcurrido desde que, en 1968, el gobierno sueco se dirigiera a las Naciones Unidas solicitando una conferencia, bajo sus auspicios, para abordar desde la cooperación internacional los problemas que el hombre provocaba en el medio natural.
Como consecuencia de esta misiva, en 1973 se celebró en Estocolmo la primera Cumbre de la Tierra, en cuya declaración final ya se apuntaba que “…será menester que ciudadanos y comunidades, empresas e instituciones, en todos los planos, acepten las responsabilidades que les incumben en la labor común”.
Hasta 1989 el cambio climático no ocupa un lugar preferente entre las principales cuestiones medioambientales para lograr un desarrollo sostenible.
La Unión Europea siempre ha estado a la altura de los compromisos climáticos mundiales, desde que, en 1992, en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, la conocida como Cumbre de Río, se acordara la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, primer tratado ambiental hoy ratificado por 197 países.
En 1997 se adoptó el Protocolo de Kioto, en vigor en 2005. Es aquí donde por primera vez se fijan objetivos cuantificados de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial. Tanto en Kioto I como en Kioto II, que lo sucede, la Unión Europea presentó los objetivos más ambiciosos, que además siempre fueron superados.
Una COP o Conferencia de las Partes, por sus siglas en inglés: “Conference of the Parties”, es el órgano supremo de toma de decisiones de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Las partes o países se reunieron por primera vez en Berlín en 1997, y desde entonces, lo hacen con una periodicidad anual siendo la celebrada en Glasgow la COP 26.
En diciembre de 2015, en la COP 21, se alcanzó el Acuerdo de París. Fue un hito en la lucha mundial contra el cambio climático. Lo fue por muchas razones, entre otras, por su carácter jurídicamente vinculante, de modo que todas las partes o países quedamos comprometidos con una causa común. Lo fue por su grado de ambición, que nada tiene que ver con Kioto, que solo comprometía a los países desarrollados y muchos de ellos o no lo firmaron o lo abandonaron, frente a los 197 firmantes de este Acuerdo. Lo fue porque, además, París cuantifica el objetivo de no superar el aumento de temperatura de 2º C, 1,5 º C preferiblemente, lo que requiere alcanzar la neutralidad de emisiones de gases de efecto invernadero global a finales de siglo. Y porque el Acuerdo de París va más allá, pues también aborda la adaptación al cambio climático, la financiación, -100.000 millones de dólares anuales deben ser movilizados-, y la cooperación como elementos necesarios.
El Acuerdo de París llegó tarde, sin duda, pero supuso un paso de gigante sobre lo acordado en Kioto, (Una reducción de los gases de efecto invernadero para unos pocos países y tan solo del 5%). En París pudieron acordarse objetivos más ambiciosos, es posible, pero lo altamente probable entonces, en 2015, era que hubieran sido menores.
Casi 30 años después de la Cumbre de Río, cuando las emisiones de gases efecto invernadero de la UE a nivel mundial se sitúan en torno al 8%, la UE ha acudido a Glasgow con uno de los compromisos climáticos más ambiciosos: reducir estas emisiones en un 55% en 2030 con respecto a las de 1990, y alcanzar la neutralidad climática en 2050, adelantándonos a lo estipulado en el Acuerdo de París, y al margen de los menores compromisos del resto de las partes y del resultado de la COP 26.
La UE, debido a sus políticas climáticas representa, como hemos visto, cada vez un porcentaje menor en el cómputo global de emisiones. Podríamos decir que cada año, “perdemos relevancia” en esta lucha si nos medimos en términos cuantitativos de emisiones, lo cual es positivo. Sin embargo, la ganamos cualitativamente, pues la UE ha optado por hacer de la política medioambiental su motor de crecimiento y competitividad. Sin esperar a los demás, sino convenciendo, condicionando y cooperando.
La solidez del compromiso europeo radica en un marco legislativo actualmente en negociación, ciertamente complejo y ambicioso que lo hará posible, y que, de una u otra manera, afectará a todos los sectores de la economía: al energético, al transporte, a la edificación, a la industria, a la agricultura… Los esfuerzos no serán menores. Conscientes de ello, la Unión Europea prevé una protección para los más vulnerables, fieles al principio de no dejar a nadie atrás de modo que, la necesaria transición lo sea también justa.
Hemos acordado además que el 30 % de la financiación europea ordinaria se destine a posibilitar esta transformación de nuestra economía. El 37 % en el caso de la financiación extraordinaria, dentro del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia puesto en marcha por la Comisión Europea para paliar los efectos de la crisis del Covid-19.
La Comisión Europea, el Parlamento Europeo, el Consejo y allí representados todos los gobiernos de los 27 Estados miembros de la Unión, junto con los sectores económicos afectados, tendrán que dedicar muchas horas de trabajo, de análisis y decisiones hasta lograr los acuerdos necesarios para aprobar esta legislación hoy en negociación.
Cuanto más lejos de la demagogia y de la ideología, cuanto más cerca de la ciencia, la tecnología y el conocimiento; cuanto más lejos de buscar rédito político tratando de monopolizar una preocupación que nos ocupa a todos y más próximos a sumar voluntades, escucha y razones, mejor y antes lograremos la transformación necesaria que nos permita afrontar con éxito la lucha contra el cambio climático.
Isabel García Tejerina
Exministra de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente