Vacunación: un reto sostenido

A José María Eiros no le asustan las responsabilidades. Lo demostró desde bien joven, cuando ligó su destino a la Medicina, la disciplina donde a veces vida y muerte están separadas por un finísimo hilo. En torno a ella ha construido una brillante carrera profesional en la que ha recorrido todos los niveles del Sistema Nacional de la Salud. Entre 2013 y 2015 asumió la dirección del Hospital Clínico Universitario de Valladolid. Un año más tarde, convertido en diputado de la X Legislatura, fue designado portavoz de Sanidad del Grupo Parlamentario Popular.

Esa vocación de servicio, perenne compañera de viaje, le ha situado al frente del área de Microbiología del Hospital Universitario Río Hortega y del Centro de Gripe de la OMS en Valladolid, responsabilidades que compatibiliza con la Cátedra de Microbiología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid, de la que ha llegado a ser vicedecano en dos ocasiones.

Además de un extraordinario docente, un brillante gestor y un médico eminente, otra virtud le define. José María Eiros es incansable. Como investigador ha participado en 64 proyectos además de dirigir 45 tesis doctorales y 78 trabajos de investigación, cifras espectaculares a las que suma su participación en 162 libros, la publicación de 620 artículos científicos o la presencia en 972 foros como profesor y conferenciante. Todos quieren cerca su talento, su liderazgo y sus capacidades. Esas que, hasta la fecha, han recibido hasta 25 premios. Y no serán los últimos.

 

No necesita enfatizarse que durante las dos últimas décadas el ámbito de la vacunología ha sido uno de los más dinámicos de la producción científica contemporánea. La vivencia de la actual pandemia por SARS-CoV-2 en la que el mundo se encuentra inmerso ha elevado al primer plano la conveniencia de invertir, desarrollar y aplicar planes de acción mundial en vacunación.

La disponibilidad de nuevas vacunas para incorporar en los calendarios recomendados es una cuestión con indudables implicaciones éticas, que supera el ámbito de relación sanitario-paciente. Exige un ejercicio de prudencia y un posicionamiento crítico, semejante al que se adopta con innovaciones de fármacos o nuevas tecnologías. Debe regirse por criterios de efectividad, seguridad y eficiencia, basados en evidencias científicas y en sólidos sistemas de vigilancia postcomercialización. El análisis coste-oportunidad resulta clave en este proceso, así como en el abordaje de los posibles conflictos de intereses… en un mundo desigual.

Resulta determinante que al establecer la programación de estrategias vacunales se tengan en consideración las mayores necesidades y problemas de vacunación de grupos desfavorecidos, excluidos socialmente, con bajos recursos, en los que es más frecuente encontrar deficiencias en la misma, bien por dificultades de acceso o por otras causas. En una Sociedad donde la dinámica de la información es vertiginosa no abundan los contenidos claros que avalen los beneficios de la vacunación. Pocas medidas como esta, en Salud Pública, han contribuido al control de las enfermedades infecciosas, a la mejora de la calidad de vida en todo el mundo y a la reducción de la morbimortalidad infantil. Cada vez que se incorpora una nueva vacuna al calendario es de especial relevancia la información que, tanto las administraciones sanitarias como las compañías farmacéuticas y los profesionales, proporcionan a la población, así como el eco de la misma en los medios de comunicación incluyendo la publicidad y la propia valoración política de las mismas.

En el ámbito de la infancia los pediatras y otros profesionales sanitarios, especialmente la enfermería, desempeñan un papel fundamental en la decisión de los padres acerca de la vacuna. Cuando un progenitor decide no vacunar suele hacer referencia a los profesionales sanitarios de su entorno como fuente de información principal y más directa. La generalización del uso de internet con ingente cantidad de información no contrastada contribuye a difundir ideas erróneas y mitos sobre las vacunas. Los movimientos antivacunales esgrimen argumentos en muchos casos desmentidos por la ciencia, como la supuesta relación del autismo con la vacunación del sarampión-rubeola-parotiditis que se pauta a los niños durante su segundo año de vida. El manejo frívolo de los riesgos de la vacunación apoyándose en los argumentos con escasa base científica, genera desconcierto y pérdida de confianza en las recomendaciones de los profesionales. Igual ocurre en la vacunación del adulto y del anciano o en situaciones como la de la mujer gestante o el viajero, donde los médicos desde los dedicados a la medicina de familia hasta los geriatras u obstetras pasando por una amplia gama de especialidades deben mantener una postura activa y veraz.

La vacunación en nuestro país no es obligatoria, hecho importante que nos diferencia de otras naciones. Es recomendada, pero todos, usuarios y sanitarios, debemos ser conscientes de la importancia de la misma tanto para beneficio propio como para el de la Comunidad. Las vacunaciones en nuestro Sistema Nacional de Salud forman parte, en el ámbito pediátrico, de la cartera de servicios que se aprueba por el Consejo Interterritorial. Se ha logrado un acuerdo en un calendario común para pediatría si bien son las Comunidades Autónomas las que ofertan esta prestación y las que poseen la competencia para establecer especificaciones, que se financian en una parte sustancial mediante el sistema sanitario público. Aunque todavía existen retos pendientes, la cobertura vacunal en España, a pesar de la no obligatoriedad, es superior a la de algunos países en los que la vacunación sí es obligatoria. Ello se debe, entre otras razones, a la implicación de los profesionales sanitarios, a las campañas institucionales de promoción, al papel difusor, formativo e informativo de las sociedades científicas y a la gratuidad de las vacunas del calendario oficial. Pero en nuestro criterio es la general aceptación de las vacunas y la debilidad de los movimientos frente a las mismas lo que matiza de manera sustancial su implantación.

Nada nos exime de nuestra responsabilidad de entender las motivaciones de los pacientes, de sus preferencias, sus valores o sus limitaciones. Frente a la confrontación es fundamental la empatía, que nos permite explorar las percepciones de las personas que nos confían su salud y validar sus sentimientos, aunque no estemos de acuerdo con su punto de vista. Comprender y no juzgar son las bases. Para ello resulta imprescindible mejorar nuestras habilidades en comunicación y adquirir hábitos deliberativos para así lograr los objetivos deseados en un clima de respeto. Todo ello precisa dedicar tiempo para la atención clínica y para la educación sanitaria de la población. Tareas ambas que se conjugan por parte de cuantos dedican su vida a mejorar la salud de los demás.

José María Eiros

Doctor en Medicina y Cirugía

Catedrático de Microbiología

Director del Centro de Gripe de la OMS