“El pueblo es la mirada colectiva sobre un aparato de televisión”
La frase que encabeza este texto la pronunció alguna vez Carlos Monsiváis. Al viejo cronista de la inabarcable Ciudad de México le faltó tiempo por estos pagos (falleció en 2010) para darse cuenta no solo de que el alcance de esa mirada se centra hoy en día en más de una caja tonta sino de que se ha multiplicado exponencialmente dando paso a audiencias que ven la vida con otros ojos.
Situémonos. 20 de enero de 2021. Joe Biden toma posesión de su cargo como 46 presidente de los Estados Unidos. Un acto casi rutinario que se repite cada 4 años a las puertas del Capitolio y en el que, de un tiempo a esta parte, importa más saber quién interpreta el himno americano o qué traje luce la nueva primera dama. Las mascarillas, los protocolos y la ausencia de una muchedumbre marcaban aquel año la diferencia. Los rigores de la COVID-19 golpeaba fuerte en el país de las barras y estrellas.
Las miradas ese año, sin embargo, no se posaron en la biblia, en los zapatos de la vicepresidenta Kamala Harris o en las caras de los principales protagonistas. En esta nueva era los ojos son muchos y el foco, a veces, cambia inesperadamente de lugar. Y sucedió lo inevitable.
Un hombre prácticamente inmóvil, piernas cruzadas y manoplas de lana con abertura estilo mitón para protegerse del frío capitalizó la atención de las cámaras primero y de las redes después. Era Bernie Sanders que, por momentos, parecía dormitar. Un hombre arrollado por lo que para él es la rutina de cada cuatrienio. Su cargo de senador por Vermont y la cortesía le obligaban a presenciar el cambio de presidente más esperado en décadas, pero la actitud de Sanders transmitía tedio, aburrimiento, desgana…
Nunca sabremos si quien se hizo célebre por hablar durante horas para evitar una subida de impuestos enseñándole al mundo qué es eso del ‘filibisterismo’ trazó una estrategia para llamar la atención, pero los resultados fueron tan espectaculares que todo hace indicar que se trató de algo fortuito e inesperado. Nunca Sanders pudo imaginar la dimensión planetaria de la retransmisión en directo de su desidia. Había comenzado el camino hacia la viralización.
Pronto los memes conquistaron nuestros teléfonos móviles y las redes sociales. El senador Sanders acurrucado en loa escenarios más variopintos. El acto de toma de posesión del presidente aún no había finalizado y la imagen de Sanders había dado ya la vuelta al planeta varias veces desde celulares anónimos y de celebridades y también desde cuentas institucionales como la del Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Tras la mofa, el análisis. En este siglo XXI plagado de cámaras y analistas, pronto los opinadores se lanzaron a diseccionar aquella imagen que, hasta el momento, estaba siendo motivo de carcajada global. Y así conocimos a Jen Ellis, una profesora de Vermont aficionada a la costura que dos años atrás había regalado a Sanders sus peculiares manoplas hechas con jerseys de lana reutilizados y plástico reciclado. Un día después de la investidura se dio a conocer en X (por entonces todavía Twitter). Dos semanas después su cuenta superaba los 20.000 seguidores (y hoy todavía mantiene a más de 17.000 fieles). Y solo fue el principio.
Aquella aficionada a darle una segunda oportunidad al pelo de oveja desde una perspectiva sostenible recibió en cuestión de horas un aluvión de peticiones. Todo el mundo quería unos guantes como los de Bernie. La agilidad de los estrategas del marketing hizo crecer la anécdota hasta niveles inimaginables y el propio Sanders vio en ello una estupenda oportunidad no solo para promocionarse sino, fundamentalmente, para ayudar a los más necesitados.
Haciendo gala de un envidiable sentido del humor fue aceptando cada propuesta. Su imagen viral inmortalizada en murales callejeros, un libro en el que Jen Ellis desgrana esta increíble historia, calcetines del mismo tejido que las manoplas cuyas ventas se destinan al Banco de Alimentos de Vermont, figuras de crochet a subasta en eBay que se llegaron a vender por 20.000 dólares -destinados también a beneficencia-… La locura de una imagen viral y el más puro ejemplo de lo que los expertos bautizaron en su día como la ‘glocalización’, hacerse global desde lo local.
¿Cómo iba a pensar Jen Ellis en semejante boom? Ni en sus más locas tribulaciones se hubiera imaginado una cuenta del viejo Twitter dedicada exclusivamente a los guantes de Bernie y poblada por casi 9.000 seguidores; ni en sus sueños más optimistas podría haber pensado que algún día la marca de su máquina de coser le dedicaría un documental rodeada de mitones, guantes y manoplas en su modesta habitación de Vermont. Y ese día llegó. O que una página web perpetuaría para siempre un instante que la convirtió en inesperada leyenda.
Seguro que allá donde esté, Carlos Monsiváis esbozará una sonrisa comprobando lo que aquella mirada colectiva, otrora anestesiada por tele, puede llegar a ser capaz de conseguir si canaliza bien el ingenio.
Más información en: https://cutt.ly/ZkmR2oF
Página web de Bernie Sanders https://berniesanders.com/es/