Nintendo, de modesto fabricante de cartas a gigante del videojuego

Se llamaba Fusajirō Yamauchi y era artesano. Tenía una habilidad especial para fabricar barajas con la corteza de las moreras que, una vez seca, pintaba a mano haciendo de cada carta un ejemplar único. Y como vio que gustaban decidió lanzarse a la aventura empresarial. El 23 de septiembre de 1889 inauguró su propia compañía, a la que bautizó como Nintendo Koppai. No solo era un atrevido emprendedor, también un empresario inteligente que burló la censura del gobierno japonés a los juegos de azar sustituyendo la numeración de los naipes por dibujos. Y aquello no era punible. Las cosas iban como la seda y más desde que a principios del siglo XX, Yamauchi, que ya producía a nivel industrial, tomara la decisión de fabricar la primera baraja occidental. En poco menos de 20 años la marca Nintendo estaba consolidada y no solo por su capacidad de anticipación o por el carácter visionario de su fundador. Nintendo era sinónimo de barajas de buena calidad, a pesar incluso de haber tenido que mermarla para poder responder a tiempo a la demanda, y a un premio asequible. Trabajo bien hecho.

A los primeros vaivenes del siglo XX se sumó el relevo en la presidencia de la empresa cuando asomaban los años 30. La gran recesión o las guerras hicieron tambalearse las economías de todo el mundo y por extensión el negocio de aquel humilde artesano convertido ya en referente. Pero si algo ha demostrado Nintendo a lo largo de su historia es no conocer el miedo y, sobre todo, tomar buenas decisiones. Por eso cuenta muchísimos más éxitos que fracasos. A partir de 1933 la compañía apostó por no perder la calma y seguir creciendo y ganando tanto cuota de mercado como presencia. A la vez continuó activando otro de sus puntos fuertes, la búsqueda de buenos aliados. Así llegó el acuerdo con Disney en 1959, lo que abrió el horizonte a las cartas japonesas que ya se vendían por millones. Nintendo se había revalorizado exponencialmente pero había cometido un error estratégico, depender en exceso de un solo cliente. Cuando las tendencias de ocio comenzaron a cambiar en Estados Unidos, la venta de cartas cayó en picado y descapitalizó la empresa hasta menos de la mitad de su valor.

Pero Nintendo es valiente y a finales de los 60 se embarcó en numerosos proyectos que no acababan de cuajar. Empaquetó arroz, se adentró en el mercado hotelero e, incluso, puso en marcha una línea de taxis pero nada terminaba de devolver el esplendor perdido…hasta que apareció en escena Hiroshi Imanishi. Llevaba muchos años en Nintendo hasta que la empresa decide ponerle al frente de un nuevo departamento, el de Investigación y desarrollo. Lo que pasó a partir de entonces es historia. Rodeado de un talentoso equipo que optó en primer lugar por los juegos de mesa, Imanishi, que tenía interiorizada esa filosofía empresarial que siempre ha permitido a Nintendo anticiparse, confía en el talento de Gunpei Yokoi, una leyenda del sector que desarrolla el primer juguete eléctrico de la historia de Japón. Otra vez Nintendo volvía a ser el primero. Y a esta la siguieron otras muchas primeras veces, como cuando en 1977 aparece la primera consola portátil o cuando en 1983 sale al mercado la popular NES, de la que se vendieron 62 millones de ejemplares en todo el mundo, especialmente en Norteamérica, donde Nintendo abrió su primera oficina en 1979. Yokoi seguía haciendo historia y creando títulos míticos de la industria del videojuego y consolas revolucionarias, como la Game Boy, que vio la luz en 1988, la primera con cartuchos de juego intercambiables. Otra vez los primeros.

El juego del Tetris tiñó de formas aquella pequeña pantalla en blanco y negro dotada de excelentes altavoces donde sonaba en bucle la adaptación de una popular fanfarria rusa que se nos clavó en la cabeza ad eternum. Habrían de pasar varios años hasta que el color iluminara los pixels. Por eso, durante mucho tiempo fue necesario ajustar el contraste para poder capitanear la epopeya de Super Mario en busca de su amada, la princesa Peach. Pocos saben que el personaje que sucedió en popularidad a Donkey Kong hasta convertirse en el principal emblema de la compañía se llamó originariamente Jumpman y tomó el nombre con el que ha pasado a la posteridad del arrendador de las oficinas de Nintendo en Washington quien tuvo paciencia cuando sus inquilinos pasaban una mala racha en sus inicios y estos, como agradecimiento, bautizaron en su honor al fontanero del peto rojo y el bigote frondoso con el que, aseguraban, guardaba cierto parecido. Con esa decisión el personaje adoptó una personalidad propia y la marca, un nuevo recurso para calar en el consumidor. Y funcionó.

De lo que sucedió a partir de entonces y hasta la actualidad hay ya pocos secretos pero sí dos llamativas curiosidades. La primera es que Nintendo vuelve a anticiparse a todos al entender que la música de sus videojuegos no es un mero acompañante sino un protagonista más de las historias, de ahí que se le conceda tanta importancia y abra una vía que no se ha cerrado jamás. La segunda huele a fracaso, porque no hay ninguna compañía en el mundo que no haya tomado nunca una mala decisión. La de Nintendo tiene que ver con las alianzas. Los japoneses siempre habían sido tan exquisitos en el trato como certeros en la elección de sus socios. Esa tendencia se dinamitó el día en que, tras alcanzar un acuerdo con Sony para fabricar un accesorio de la NES, finalmente decidieron romperlo para optar por Phillips. De aquel desencuentro nació su gran competidora, la PlayStation. Lejos de agachar la cabeza después de aquel revés, los esfuerzos de Sony se focalizaron en un objetivo más ambicioso. Y dieron en el blanco.

Hoy en día, el valor de marca de Sony sigue repartido entre la tecnología y el videojuego mientras que el de aquellos viejos fabricantes de barajas se enfoca en la industria que pusieron en marcha, que impulsaron, que ayudaron a dinamizar y que convirtieron en un gigante. Un universo propio forjado merced a una proverbial capacidad de anticipación, sin perder la calma y teniendo siempre presente el espíritu de su fundador, que les enseñó los beneficios de reinventarse cuando vienen mal dadas pero sin olvidar de dónde vienes. Por eso Nintendo sigue fabricando cartas en Kioto. La ciudad donde nació.