Patrona de Francia y heroína de la guerra de los 100 años, se ha conocido a Juana de Arco por múltiples razones a lo largo de la historia, pero ¿quién o qué fue realmente? ¿Una santa, una bruja, una líder militar, una charlatana? Seguid leyendo, queridos lectores, y os sorprenderéis de todo lo que hizo esta campesina francesa en sus 19 años de vida.
PUENTIA: ¿Quién es Juana de Arco?
JUANA DE ARCO: (Duda un momento) No soy más que una campesina de un pequeño pueblo al este de Francia que, por cumplir la voluntad de Dios, se vio envuelta en un conflicto sangriento para liberar a su país de los invasores extranjeros. No me considero nadie especial, quizá simplemente haya tenido el valor de escuchar aquello que otros no se atreven a escuchar.
P: ¿Qué la impulsó a salir de su pueblo, Domrémy, para hablar con Carlos, el delfín de Francia?
JDA: Una profunda convicción de que era el mismo Dios el que me lo pedía. Desde pequeña tuve visiones, experiencias que me llenaban de un profundo gozo y durante las cuales escuchaba voces. Esto puede resultar difícil de entender para alguien que no lo haya vivido en primera persona pues se trata de una experiencia incomunicable, como el amor. Además de esta razón, más de carácter “sagrado”, también lo hice porque el pueblo francés estaba sufriendo enormemente. Nos estábamos matando entre nosotros y no había esperanza. Era una situación insostenible que precisaba un cambio.
P: ¿Cómo fue liderar a toda una expedición del ejército francés para liberar Orleans del asedio inglés?
JDA: Fue muy duro. Aunque yo no luché de manera directa sino que me limité a portar nuestro estandarte durante la batalla y a dar instrucciones estratégicas. Los militares franceses sabían que Dios estaba conmigo, que estaba del lado francés, y por lo tanto mis estrategias estaban guiadas por él. Aun así, hubo muchas dudas. Mi liderazgo fue puesto en entredicho porque yo era una mujer. Finalmente tuvieron que acatar mis instrucciones pues los resultados fueron magníficos. Liberamos Orleans tras siete meses de asedio.
P: ¿Cómo valora la situación actual de las mujeres en puestos de liderazgo?
JDA: Creo que cada vez hay más mujeres en puestos de responsabilidad y, por tanto, vamos por buen camino. Pero no podemos obviar que las mujeres encuentran, en la mayoría de los casos, más dificultades que los hombres a la hora de llegar a dichos puestos. Posiblemente sea en este aspecto donde debamos hacer un mayor esfuerzo. No está de más comentar, teniendo en cuenta lo que ha ocurrido en Afganistán recientemente, por ejemplo, que las mujeres suelen ser mejores a la hora de resolver conflictos y que es menos probable que un país liderado por una mujer entre en un conflicto armado.
P: ¿De qué fue acusada por las fuerzas inglesas para poder sentenciarla a muerte en la hoguera?
JDA: Para poder condenarme a muerte las fuerzas inglesas debían ser capaces de demostrar que yo había cometido una herejía más de una vez y el juzgado que se ocupó de mi caso decidió acusarme de travestismo. He de decir que ya desde el principio mi suerte estaba escrita, puesto que los ingleses tenían mucho interés en acabar conmigo haciéndome quedar como hereje y bruja para aumentar la moral de sus tropas. De hecho, pensaban que era una especie de enviada del demonio. A pesar de que mi juicio debía ser eclesiástico, hubo intereses políticos que hicieron que me quemasen viva en la plaza de Rouen, en Normandía.
P: ¿Se tenía usted por una santa?
JDA: No, ni mucho menos. No creo que nadie se considere un santo, al menos desde luego no aquellos que lo acaban siendo. Yo solo escuchaba con el corazón abierto y tenía el coraje de llevar a cabo aquello que me era encomendado. Yo no soy quién para juzgar la santidad de nadie. Posiblemente sí que fuese un ejemplo para muchas personas a la hora de defender la fe, ya que existían muchas guerras religiosas en Europa, aunque ya lo hayamos olvidado.
P: ¿Esperaba la reputación y la fama que ha conseguido a lo largo de los siglos?
JDA: Me ha resultado bastante sorprendente puesto que hoy en día soy todo un emblema en Francia. Creo que para que esto sucediera fue clave que 25 años después de mi muerte el Papa Calixto III anulara todos los cargos en mi contra y me nombrara mártir. Esto consiguió restaurar mi reputación de manera que en un futuro se me pudiese ver como lo que verdaderamente fui: una mujer que dio su vida por su patria. Nunca busqué la gloria para mí ni quise hacer de mí una heroína; pero supe liderar a las tropas y animarlas cuando ya no tenían motivación ni ganas de luchar.