No se preocupen, no es tan malo como lo pintan. Hoy tendremos el placer de charlar con el signor Nicolás Maquiavelo, filósofo, escritor y diplomático florentino. Se han escrito ríos de tinta sobre nuestro invitado de hoy y no exageramos si afirmamos que se trata de una de las personalidades que más ha influido en la política en la historia de la humanidad. Hoy tendremos la oportunidad de conocer un poco más de cerca a este hombre tan singular y separar la realidad de la ficción.
Esta es una pregunta que procuramos hacer a todos nuestros invitados, pero en este caso es verdaderamente importante. ¿Quién es Nicolás Maquiavelo?
Un camaleón (risa). No, en realidad soy un hombre que tuvo el don de la oportunidad. Me encontré en los lugares adecuados para aprender de hombres sabios y que tenían sobre sus hombros grandes responsabilidades. La Florencia en la que crecí creo que es la ciudad con mayor ambiente cultural y artístico que ha habido en mucho tiempo y, desde luego, mi favorita. Era una ciudad vibrante pero también llena de intrigas palaciegas y rifirrafes, y debías ser astuto si no querías acabar mal. Yo considero que soy un hijo de esa Florencia quizá un poco contradictoria. Un hombre que presenció cómo la ambición malogró muchas vidas, pero que se dio cuenta de que esa era una historia que nunca se iba a acabar, que era inherente a la naturaleza humana.
¿Cómo comenzó su interés por la política?
Comenzó en esas fiestas en los palacios florentinos, pero que no se había concretado nunca en una carrera política ni en un puesto oficial. Mi oportunidad de desempeñar un papel real en la vida política de la República de Florencia llega en 1498, cuando me ofrecen un puesto de secretario en una oficina pública en la que trabajé durante cuatro años. Posteriormente conseguí el puesto de canciller, que ejercí con verdadero empeño y que me permitió viajar por Europa conociendo las cortes de distintos estados. Fue el culmen de mi vida política.
¿Por qué cree usted que ha sido malinterpretado con tanta facilidad?
En mi época existieron muchos intereses contrarios a mis obras, sobre todo por parte de la Iglesia católica, que no aprobó mi forma de describir el gobierno, en muchos casos contraria a las enseñanzas que esta institución promulgaba. Después creo que nunca ha ayudado el hecho de que con mi obra se inaugure toda una forma de pensamiento político que en ese momento todavía no estaba preparado para ser asimilado por la sociedad. Mi obra no gozó de ninguna popularidad entre mis contemporáneos. Es muy fácil quedarse con la parte menos “políticamente correcta” de mis escritos, pero se tiene que tener en cuenta que, aparte de ser una obra teórica, la escribí para que Lorenzo de Médicis gobernase. Se trata de un libro lleno de consejos prácticos para gobernar en el mundo real y también contenía una advertencia, ya que cuando estás en el poder te ganas bastantes enemigos. La inocencia es una característica que no te puedes permitir.
¿Se considera un hombre maquiavélico?
¡Qué término más desafortunadamente acuñado! Me duele profundamente que haya quedado como ejemplo de un hombre calculador, astuto, frío y sin ningún tipo de empatía. Desde luego que no me considero un hombre maquiavélico. Yo mismo pequé de ingenuo y confiado durante mi vida. Y lo pagué caro. Tras el retorno de los Medici en 1512, jamás pensé que fuese a ser perseguido, encerrado y torturado. Y en 1521 me ocurrió lo mismo.
Jamás hice nada cruel ni despiadado, solo describí lo que es tener poder sin eliminar el reverso más oscuro.
¿Sería descabellado considerarlo un coach?
No del todo. Desde luego esa fue mi intención, al menos durante un tiempo, pero lo más exacto sería considerarme un coach fracasado. Me hubiese gustado que los hombres poderosos de Italia me escuchasen, creo que así podríamos haber conseguido un país unido mucho antes. Por mi temperamento nunca he sido una persona que disfrute siendo el centro de atención, me parezco mucho más a un consejero. No se si ha visto usted la serie ‘Juego de Tronos’… Pues me veo ligeramente reflejado en el personaje de Tyrion Lannister.
¿Qué dificultades entraña tratar con los grandes gobernantes de la Europa de su época?
Debes aprender a medir tus palabras, pero a sonar natural. A decir lo que piensas, pero no demasiado. Y a reconocer cuando estás de más. Muchos de los gobernantes eran personas extraordinarias, pero también había algunos que eran mediocres y que se habían visto desbordados por el puesto que tenían. No tener la capacidad de asumir decisiones de gran responsabilidad cuando estás en un puesto de importancia solo expone tu debilidad de carácter.
¿Cómo de importante cree que es la reputación a la hora de gobernar?
Para mí la reputación lo es todo. En El Príncipe trato de dejar claro que la capacidad de mantenerse en el poder que posee un gobernante se debe principalmente a cómo consigue ser percibido. El término que luego se utilizó es propaganda. La propaganda es algo clave en el mundo político hoy en día, y a lo largo del siglo XX hemos encontrado ejemplos de cómo puede moldear completamente la percepción de las personas. Cuando ponemos la comunicación completamente bajo el yugo del poder ocurren cosas terribles. Hasta se puede llegar a controlar a un pueblo de forma casi completa.
.¿Usted tiene principios?
Desde luego. Una de las razones por las que he aceptado conceder esta entrevista es porque soy consciente del malentendido que existe con respecto a mis obras y quería remediarlo. Espero que haya quedado lo suficientemente claro: no soy un mal hombre, sino que me he dedicado a estudiar tanto la parte agradable del ser humano como la desagradable. Creo que la coherencia es uno de mis principios esenciales. Debemos ser capaces de tratar los temas que sean desagradables, no podemos poner excusas. Debemos buscar la comprensión de las cosas tal y cómo son, en vez de fantasear con cómo nos gustaría que fueran.