Deportista español
La alegría de Fermín Cacho, Kiko marcando el gol de la victoria en el último minuto, Cobi, el entonces príncipe Felipe como abanderado, las lágrimas de su hermana Elena, Michael Jordan asombrando al mundo, La Fura Dels Baus… Todos guardamos en la memoria algún recuerdo de las que hasta la fecha han sido los únicos Juegos Olímpicos celebrados en España. Un hito que comenzó a fraguarse en la noche del 25 de julio de 1992. Casi nadie recuerda que la llama olímpica entró en el estadio portada por un triple medallista, Herminio Menéndez. Nos acordamos de Epi, el último relevista, pero jamás a nadie se le ha olvidado cómo se encendió aquella llama. 12 segundos que se hicieron eternos. Los que transcurrieron desde que Juan Antonio San Epifanio le transmitió a la flecha de Antonio Rebollo el fuego de Olimpia y esta encendió el pebetero con un lanzamiento que nos dejó sin respiración mientras escribía una de las líneas más brillantes y espectaculares del olimpismo. En 2017, coincidiendo con el 25 aniversario, se volvió a recrear aquel instante en el que miles de millones de espectadores tragaron saliva. Mismo protagonista y mismo aplomo. A un año de celebrar los 30, Antonio Rebollo sigue sintiendo ese cariño que solo se les tributa a los elegidos.
PUENTIA: Pronto se cumplirán 30 años de Barcelona 92 y aquel lanzamiento de la flecha a cargo de Antonio Rebollo continúa siendo marca España. Aquello le hizo eterno…
ANTONIO REBOLLO: Es marca España y del mundo. La silueta del arquero se la hemos visto a Usain Bolt, a futbolistas… Mucha gente lo hace. Tenía que haberlo patentado. Empezó con Kiko cuando marcó el gol de la final olímpica y a partir de ahí es un acto reflejo de muchos deportistas y de un montón gente. El que ya no lo hace soy yo.
Aquella forma tan espectacular de atinar fue premonitoria. Los juegos fueron espectaculares y todavía se habla de ellos como los mejores de la historia
Fue algo histórico, bonito e importante. Me siento muy orgulloso y siempre quedará. Perdurará en el tiempo. Hace poco estuve en Barcelona y en el museo de los Juego Olímpicos han puesto una silueta del arquero. Para mí es un pequeño monumento donde aquello queda reflejado para la historia.
P: ¿Se siente parte importante de esa gran reputación de la que goza?
AR: La verdad es que sí. Es el reconocimiento de todo el mundo en un acto tan visto como el inaugural.
P: ¿Cuál fue la clave para que un evento de esas dimensiones siga siendo un ejemplo de organización?
AR: La innovación en la que, además, la cultura jugó un papel importante. Barcelona 92 logró que la imaginación fluyera. Fue tan distinto y tan llamativo que todavía sigue perdurando. Además, se logró que las olimpiadas dejaran de ser deficitarias.
P: ¿Por qué nos acordamos tan poco de Epi pero a usted le recordamos todos?
AR: El icono de la inauguración es la figura del arquero. Al margen de las controversias que haya podido generar, eso es así.
P: ¿Cómo cree que sería su vida hoy de haber existido las redes sociales en 1992? ¿Y la repercusión de aquello?
AR: Resulta complicado decirlo a día de hoy. No lo sé, pero imagino que en las redes, que no me interesan demasiado, se hubiera movido mucha información.
P: Se le recuerda como el hombre que encendió la llama olímpica pero, más allá del icono, Antonio Rebollo también fue un atleta de gran trayectoria y con medalla en tres juegos
AR: Siempre me he considerado deportista y sigo agradeciendo mucho las llamadas. Los momentos de competición me encantaban. La tensión me ponía la adrenalina por las nubes. El tiro con arco es pasivo, pero exige estar activo muchas horas. El factor sicológico era fundamental y me motivaba. Campeonatos el mundo, de Europa, torneos internacionales. Guardo buenos recuerdos de muchos aunque no haya logrado medalla. Ese mundillo lo echo mucho de menos porque ahora debo pensar en todo y antes solo de entrenar.
He vivido toda la vida dedicado al deporte. Empecé con ocho años. Lo del arco fue casual. Hay un gran esfuerzo detrás y he de reconocer que me hubiera gustado un reconocimiento al irme tanto para mí como para otros compañeros. Hoy en día los reconocimientos son solo para los conocidos pero las federaciones no solo deben reconocer a los que han sido muy buenos. Falta tacto y sensibilidad.
P: A ojos del mundo, tener el privilegio de haber encendido la llama olímpica también se interpretó como un reconocimiento al deportista de a pie
AR: En cierto modo sí, pero también es cierto que se me ha idealizado mucho. Todavía hay gente que piensa que me forrado. Quizá mucha gente no se imagina que mi vida diaria es muy rutinaria y como la del resto del mundo. Trabajando como ebanista -mi oficio de siempre-, pendiente de pagar la hipoteca…
P: Podría parecer que España se acuerda de Antonio Rebollo solo cada 4 años, pero lo cierto es que desde aquel 25 de julio de 1992 usted ha estado presente en muchas conversaciones…
AR: Lo sé. Soy consciente. Con los años gusta más que se acuerden de mí y que lo hagan de vez en cuando y no todo el rato como al principio. La verdad es que me gusta mucho que os acordéis de mi porque cuando eso sucede me vienen a la cabeza todos esos grandes momentos.
P: Todos tragamos saliva aquellos 12 segundos eternos desde que Epi encendió la flecha. A usted se le pararía el mundo…
AR: En absoluto. La tensión competitiva me vino muy bien para aquello. La experiencia me lo dio todo.
P: ¿Por qué no se ha jubilado aún?
AR: Porque lo que hago no es estresante y porque me gusta hacer algo. No sirvo para estar parado. Siempre he vivido entre máquinas y herramientas. Es donde me siento más protegido.
P: Eso lo deja claro su trayectoria más allá del deporte y del trabajo
AR: Pues sí. De joven participé en alguna película; hice una obra de teatro con Coral Bistuer y llegamos a actuar en el teatro romano de Mérida. Mi papel era de arquero de época, un Robin Hood. Y también protagonicé un anuncio para una compañía de seguros.
P: ¿Volveremos a ver a competir a Antonio Rebollo?
AR: Pues podría volver al tiro con arco porque es un deporte para que el que no hay edad límite, pero al ver a los niños de ahora tirar me digo: ¿ a dónde voy?