Experta en animación a la lectura y en transmitir lo muchísimo que ha aprendido como periodista de provincias, se ha batido el cobre en primera línea (dirigió La Tribuna de Guadalajara) pasando por todos los estratos de la profesión. Una escuela llena de vida, de historias y en definitiva de palabras, su medio de vida.
Lidia no se entiende sin un libro cerca o sin un cuento que contar a los miles de espectadores que han ido a disfrutar de su manera de narrar a la biblioteca de Azuqueca de Henares, su lugar en el mundo durante los últimos siete años y al que sigue volviendo como miembro del grupo de narradores ‘Una merienda de cuentos’. Porque uno jamás termina de marcharse de aquellos lugares en los que fue feliz.
Curiosa por naturaleza y dueña de un talento en evolución constante, su camino y el de Puentia se cruzaron en agosto de 2020. Vuelta a empezar y otro aprendizaje que pronto empezó a entusiasmarla. Acababa de iniciar un camino inexplorado donde la palabra, esta vez más persuasiva que nunca, volvía a guiar sus pasos.
Mientras sigue escribiendo capítulos de su historia, Lidia ha comenzado a modelar otras con el mimo y la maestría habitual. Como una orfebre de la palabra que domestica frases a su antojo, un don del que solo gozan unos pocos elegidos. Otro regalo para PUENTIA.
¿A quién no le gusta una buena historia? Ya sea contada de forma oral, leída en una estupenda novela o en una atractiva publicación en redes sociales, vista en una formidable película (o serie, que ahora abundan) o, incluso, en un llamativo anuncio de televisión, el poder de las historias es innegable.
Una buena historia nos seduce, nos cautiva, nos engancha. Quizá porque, muy en el fondo de nosotros, conecta con el niño o la niña que un día fuimos y que abría los ojos como platos cada vez que escuchaba aquello de “Érase una vez…”. Sabía que esa era la llave mágica que abría las puertas a la aventura, a la diversión, a la oportunidad de que todo fuera posible.
La niña que un día fui es hoy una adulta capaz de razonar y darse cuenta de que, más allá de la experiencia emocional de las historias, hay una tremenda carga de aprendizaje en cada una de ellas. Pero es que, además, hay un factor importante en esta relación entre la historia y el aprendizaje: el cuento es eficaz porque nos interpela desde el modo más natural en el que nuestro cerebro procesa la información, lo que se ha dado en llamar “pensamiento narrativo”. Una forma de pensamiento que se opone al “lógico-racional”: la realidad es, en el fondo, como un cuento; es un todo continuo, no una serie de compartimentos estancos sin relación.
La historia como tal produce, además, una serie de reacciones en nuestro cerebro (comienza a segregar oxitocina, que se relaciona con la empatía, y dopamina, que es el neurotransmisor asociado a la atención, a la curiosidad) que lo activan, logran que se ponga en alerta. Quizá por eso las historias se recuerdan mientras que los datos se olvidan.
Pero el poder del relato no está solo en que conecta con esa infancia nuestra, sino que, a nivel colectivo, también nos pone frente a aquellos hombres y mujeres primitivos que se sentaban por la noche, alrededor del fuego, para hablar, para compartir cómo les había ido el día; para contarse historias. Quizá buena parte del éxito actual de los pódcasts o los audiolibros vaya por ahí, por ese “siéntate aquí, conmigo, tranquilo, que te voy a contar…”.
Este es el auténtico poder de las historias: el de compartir, el de conectar. Quizá por eso, el storytelling se ha convertido en una herramienta de primer orden en el mundo del marketing digital y de la construcción de la identidad de marca: contar una historia capta la atención de una manera sencilla (y que, como digo, conecta con nuestra esencia más primordial). Pero, además, abre la puerta a enseñar una lección de manera muy natural: a través de la identificación entre los personajes y quien recibe esa historia, este último puede vivir el conflicto de aquel y, por lo tanto, aprender en piel ajena la moraleja. Es la catarsis aristotélica: purgar las pasiones propias al verlas proyectadas en ese personaje ficticio que, sin embargo, asimilamos como si fuera real. De hecho, los cuentos están muy ligados a las consejas, es decir, a los consejos, a las recomendaciones, a los avisos y, por lo tanto, a ese querer proteger al otro de un mal que pudiera estar por venir.
En este sentido, el storytelling se consolida como una de las herramientas más eficaces para construir mensajes que lleguen a la audiencia y como una de las tácticas más potentes a la hora de configurar la identidad de cualquier marca. Porque, no lo olvides, hoy la marca es entendida (sobre todo, para el consumidor) como una persona, con sus creencias, sus principios, su ideología, sus compromisos… y su historia. El storytelling, el relato de una marca y qué puede hacer por ti, resulta fundamental para que esa idea llegue. Más aún: para que no se olvide.
Las historias, sean recibidas a través de la vía que sea, mantienen intacto su poder. Porque, además de aprender a través de ellas, de emocionarnos, de ayudarnos a pensar, de contribuir a ser quienes somos, de forjar nuestra identidad o de purgar nuestros miedos a través del ser de ficción, también sirven para establecer conexiones, para construir puentes.
Las historias son, pues, poderosas por su capacidad para conmovernos y convencernos. Hacen más manejable el mundo y nos conectan a los demás, porque ponen en marcha nuestra curiosidad y nuestra empatía. Aprovechemos su energía para dar a conocer nuestras posibilidades, nuestras capacidades, aquello en lo que podemos ayudar a alguien. Así, nuestra marca será algo más que marca y nuestra intención, un auténtico compromiso.
Lidia Casado
Periodista
Directora de Cuentas de PUENTIA