El cine, más fuerte que nunca, ¿pero cómo lo veremos cuando todo esto acabe?

En 1960, cuatro enamorados del celuloide pusieron en marcha el Cineclub Duero para dinamizar la vida cultural de una Aranda de Duero (Burgos). Solo tres años más tarde nacería allí Adolfo Blanco Lucas. Quién sabe la influencia que aquel paso adelante ha tenido para el cine español. Lo que sí sabemos es que, cada vez que un espectador se sienta delante de una pantalla de cine para dejarse maravillar por el séptimo arte, asiste al final de un larguísimo y laborioso proceso del que Adolfo Blanco lleva siendo parte importante desde finales de los 80. Sin su intermediación, las películas jamás llegarían a las salas. Sin personas como este burgalés internacional nos sentaríamos ante la gran pantalla, pero no veríamos más que eso, una gran pantalla vacía.

Licenciado en Filología Hispánica y MBA por el IESE, a lo largo de su trayectoria ha sido director general adjunto de Filmax, ha puesto en marcha el área de cine del Grupo Planeta y se ha embarcado en varios proyectos relacionados con la distribución y la producción cinematográfica. El éxito de todo lo que toca hacen de este particular rey Midas todo un referente del sector cinematográfico en España.

En 2009 funda A Contracorriente Films desde donde mantiene la senda de un trabajo riguroso y lleno de criterio que, no por casualidad, ha acercado a nuestras vidas más de 200 películas estrenadas en sala, entre las que se incluyen éxitos como Intocable, El Pianista, La librería, Ballerina, Tiempo de valientes, Copying Beethoven o The Host, entre mucho otros.

Cuando la pandemia despeje el camino hacia las salas y nos acomodemos de nuevo en la butaca, palomitas en mano, miraremos con otros ojos esos entremeses que, justo antes de la película que nos va a hacer disfrutar, nos recuerdan que la distribución es parte del camino. Y alguien tiene que hacerla.

 

El cine goza de una salud envidiable. Mucho se está escribiendo sobre los problemas de las salas y la encrucijada en que se halla el séptimo arte. Hay bastante comentario superficial por parte de periodistas poco conocedores del sector.

El cine tiene ahora más clientes que nunca en toda la historia, las películas se multiplican y los caminos por los que llegan al espectador, también. La pandemia, con los obligados confinamientos y restricciones, ha hecho que la gente disponga de más tiempo libre y ha convertido a las películas y series, que no dejan de ser películas largas convenientemente troceadas, en uno de los principales bálsamos de la gente. Hoy se habla más de cine que nunca, hay muchísimos más cinéfilos que hace un año. Y eso es bueno para las empresas que hacen y distribuyen contenidos. Todo el mundo sabe que ahora hay una encarnizada disputa, un absoluto sprint por parte de las plataformas para aprovechar el momento y ganar abonados que les duren muchos años. Netflix, Amazon, Disney, Apple, Movistar, Universal, Filmin, FlixOlé, Rakuten, WarnerMedia-HBO y algunos más están logrando entrar en millones de hogares en que no estaban. La buena salud de estos operadores es muy positiva para los creadores y proveedores de contenidos y para el espectador.

Lo que no está tan claro es el lugar en que quedarán las salas de cine. Más allá de la obviedad que supone afirmar que es el mejor sitio donde disfrutar una película, el cine ha desempeñado en los últimos 125 años un papel esencial en la vida social del mundo, en la felicidad de las personas. Gobiernos responsables, y no necesariamente más ricos que el nuestro, ya han puesto las bases para asegurar que las salas seguirán abiertas después de esta pesadilla. Hay cambios en el modelo de explotación del cine que se van a consolidar con mucha probabilidad. Pero en las ciudades y pueblos importantes, cuando venzamos al virus y podamos pasar página, las salas seguirán teniendo un rol fundamental. Seguirán siendo, y más que nunca, el escaparate perfecto del Séptimo Arte, un escaparate donde no sólo podremos admirar películas en exclusiva sino también, en condiciones óptimas algunas de las producciones que televisiones y plataformas fabriquen para sus abonados. Por no hablar de otros muchos espectáculos no necesariamente cinematográficos.

Nuestro mundo es mejor con salas de cine. Ir al cine es una alternativa de ocio y disfrute que, además de barata, se cuenta entre las favoritas de las personas. Un virus, por muy malvado que sea, no puede dar al traste con algo que forma parte de nuestra vida y que los propios gobernantes consideran esencial.

Los bienes esenciales hay que cuidarlos, hay que preservarlos. Es un ejercicio de responsabilidad asegurar su futuro. Confiamos en que el actual gobierno de España esté a la altura de las circunstancias y que la historia no tenga que apuntar a sus mandatarios como los culpables de un deterioro importante en nuestra cultura y en nuestra vida. Está en su mano diagnosticar bien y poner remedio a tiempo. Será dificilísimo, diría que imposible reabrir salas que se queden sin oxígeno y tengan que cerrar. El objetivo tiene que ser que no desaparezca ninguna, o que al menos puedan sobrevivir en todas las poblaciones suficientes salas para atender las necesidades de los ciudadanos.

Y sí, sé lo que he escrito, “necesidades”. La cultura es absolutamente necesaria y el cine, disfrutado en sala, la manifestación preferida por la gente, la que más le llena y enriquece, la que más emociones ofrece a la mayoría. Por el bien de todos, sí, todos, evitemos que las salas de cine tengan que cerrar.

Adolfo Blanco Lucas

A Contracorriente Films