El entorno en la invariante de la Ciencia: la mujer

La mejor investigadora del año en Reino Unido en 2003 hablaba español y se llamaba Eva. El trabajo sobre microencapsulación que realizó para una multinacional le valió aquella prestigiosa designación. Hace 18 años, las aplicaciones nanotecnológicas no estaban tan desarolladas como ahora y la génesis de la que a día de hoy es una de las mayores expertas del mundo en su campo seguía dando muestras de su inmenso talento.

Lo había hecho antes trabajando para la NASA desde el Departamento de Ingeniería Química de la Universidad de Alabama y volvió a hacerlo después cuando decidió regresar a España para seguir disfrutando de su querida Universidad de Salamanca, prestigiándola con su regreso. Hoy, el trabajo de esta catedrática es la esperanza para millones de personas. Más aún desde que hace una década el Consejo Europeo de Investigaciones decidiera apoyarla con 1.5 millones de euros para potenciar su investigación sobre sistemas mejorados para la aplicación de quimioterapia en el cáncer de pulmón. Una cantidad que aumentó dos años más tarde cuando su proyecto recibió otros 150.000 euros para desarrollar la transferencia tecnológica de su investigación.

Eva Martín entendió que poner la Ingeniería Química al servicio de la biomedicina era, sin dudarlo, uno de los motivos más solidos para hacer que mereciera la pena acudir cada día a su despacho y a su laboratorio en una institución ocho veces centenaria de la que se siente especialmente orgullosa.

Humilde, leer que, a la vista de los resultados, es una eminencia en lo suyo, aún le da cierto pudor a pesar de ser una verdad objetiva. Como si haber realizado estancias de investigación y colaboración en algunas de las instituciones más prestigiosas del mundo estuviera al alcance de cualquiera; como si ser miembro del Instituto Americano de Ingeniería Química a propuesta de la propia entidad o pertenecer a la Sección de Ingeniería de Procesos y Productos de la Federación Europea de Ingeniería Química formaran parte de la vida cotidiana del investigador; como si estar al frente de la Unidad de Aplicaciones Biomédicas de Ingeniería química de la Junta de Castilla y León fuese el pan nuestro de cada día; como si todo eso, en definitiva, no costara esfuerzo.

Como la Ciencia en general, no es el campo de la Ingeniería Química -que ensanchó doctorándose nada menos que en Ingeniería Mecánica y del Aerospacio- un territorio habitual para mujeres. Y en ese ecosistema masculino al que todavía le quedan muchas etapas por recorrer, el talento de esta mujer que se confiesa enamorada de su trabajo se abrió paso de forma meteórica como solo sucede en esas contadas ocasiones en las que el brillo es tan intenso que acapara todas las miradas.

El mundo espera que de las paredes del viejo Estudio Salmantino emerja una solución nanotecnológica revolucionaria para arrinconar al cáncer, convertirlo en una enfermedad crónica y, de paso, añadir una muesca más al contador de batallas ganadas por la Ciencia.

 

“Siempre parece imposible hasta que se hace”. En este 2021 se cumplen 30 años de la llegada de Mandela a la presidencia del Congreso Nacional Africano, donde pronunció las palabras anteriormente citadas, y con ello, activó el inicio de un cambio en la mentalidad de muchas personas; superando, así, una de las principales causas de discriminación entre los seres humanos, el Apartheid.

Hoy, 11 de febrero, celebramos “El Día Mundial de la Mujer y la Niña en la Ciencia”. Un frente más en la batalla actual para conseguir la igualdad y la no discriminación entre personas por razón de su sexo.

Hoy en día se acepta, sin discusión, que la Ciencia es la mano que mece el progreso de la Humanidad. La investigación científica es uno de los pilares fundamentales del desarrollo, progreso y bienestar del futuro, y para ello se necesita el esfuerzo de todos. Desafortunadamente y como claro reflejo de la sociedad, se ha venido marginando a la mujer.

En este contexto llama la atención el hecho de que la participación de las mujeres, tanto en la generación de la Ciencia como en su transmisión, sea todavía muy inferior a la de los hombres dedicados a esta tarea.

Para comprender mejor este hecho es necesario recurrir a la Historia, ya que la evolución del papel de la mujer ha venido determinada por la evolución histórica de la sociedad y como es natural, la “cuestión femenina” y la “naturaleza de la mujer” son factores determinantes que condicionan su participación e influencia desde los orígenes de la Ciencia.

La historia escrita de la ciencia se inicia en Egipto y Mesopotamia dos mil años antes de Cristo. Las matemáticas, la astronomía y la medicina fueron desarrolladas en estos pueblos por hombres y mujeres conjuntamente. Existe constancia de la importancia adquirida por algunas mujeres, como la astrónoma griega Aganice. Asimismo, algunas ramas de la Medicina, como la ginecología, eran practicadas exclusivamente por mujeres.

La cultura clásica griega, que constituye la base de nuestra civilización occidental, recoge y selecciona los conocimientos de los pueblos hegemónicos que vivieron con anterioridad. De esta forma, los ciudadanos atenienses se dedicaban a la actividad política y cultural, quedando las restantes tareas a cargo de las mujeres, de los esclavos y de los extranjeros. En este contexto las únicas mujeres capaces de hacer Ciencia eran las hetairas (compañeras de los hombres), casi todas extranjeras. Entre ellas destacaron Aspasia -que vivió con Pericles y en los Diálogos de Platón aparece como maestra de Sócrates-, y también Diotima, maestra de este último.

En el siglo XIX se consolida la institucionalización de la Ciencia como consecuencia de ser imprescindible para la industria y para la guerra. Si en los primeros años de la moderna Europa los talleres artesanales habían abierto una posibilidad, aunque limitada, a la participación de las mujeres en las tareas científicas, la ruptura del viejo orden, tanto en el sistema de gremios como en cuanto a los privilegios aristocráticos, supuso un cambio dramático en el papel de la mujer en este ámbito.

Por justicia histórica y como referente me gustaría destacar a Lise Meitner (Viena, 1878). Ella, a pesar de su origen judío, lideró un grupo de científicos en la Alemania nazi que realizó un descubrimiento fundamental: fue la primera en observar la fisión nuclear en un estudió tan importante que mereció el Premio Nobel. Curiosamente en la Academia prefirieron dárselo a su colega Otto Hahn. En un mundo de hombres, su entusiasmo y persistencia la convirtieron en una figura de primer nivel en el campo de la Física Nuclear.

Con notables avances, en las últimas décadas sigue pareciendo imposible el pleno desarrollo de la carrera científica por parte de las mujeres.

En mi opinión, las causas pueden agruparse en dos tipos: psicológicas, relacionadas con la personalidad y sociológicas, derivadas de la estructura de la familia, de las instituciones de ciencia o de la propia sociedad.

Entre las primeras se encuentra la actitud mantenida generalmente por los hombres y que ha sido interiorizada por muchas mujeres de no tener la capacidad necesaria para lograr el éxito científico, lo que se plasma en inseguridad y débil autoestima. Características típicamente masculinas como el liderazgo basado en la osadía y en la agresividad son consideradas de forma negativa cuando la desarrollan las mujeres. Además, persisten aún actitudes y comportamientos machistas: la mujer excesivamente femenina y preocupada por su aspecto no es tomada en serio, mientras que en el caso opuesto se la considera agresiva y desagradable. Frecuentemente, la decisión de ser madre es tomada como una falta de compromiso con la Ciencia.

Entre las dificultades de tipo social se encuentra la triple carga de ser científica, esposa y madre en una sociedad que hace recaer la mayor parte de la responsabilidad familiar sobre la mujer.

Transformar esta situación exige cambios profundos. Cambios en la actitud de las mujeres, en nuestra propia valoración y autoestima. No hay nada inherentemente masculino en la Ciencia, sólo es parte del territorio que correspondió al hombre en la lucha que dividió el trabajo social e intelectual entre los sexos en la sociedad europea. Por último, cambios en las mentalidades, para acabar definitivamente con las tradiciones, los mitos y las cosmologías que durante siglos han pretendido expulsar a la mujer del conocimiento científico.

Siguiendo el ejemplo de Lise Meitner, la perseverancia y, sobre todo, el entusiasmo contribuirán a mecer la cuna de la Ciencia.

Ojalá, cuando las niñas de hoy lean esta columna dentro de 10,20 o quizá 30 años, puedan conjugar ya en pasado la famosa afirmación de Mandela: “Parecía imposible, pero se hizo realidad”.

Eva Martín del Valle

Catedrática de Ingeniería Química Universidad de Salamanca