Desde julio del año 2000 hasta marzo de 2005, el Centro de Investigaciones Sociológicas puso en sus manos el Departamento de Investigación. No acostumbra el CIS a contar con cualquiera.
Sabían los responsables de este organismo público que Sastre es uno de los referentes de nuestro país en el estudio del comportamiento de las sociedades, a las que observa minuciosamente con su lupa de científico para diseccionarlas después y explicar con detalle lo que, según dicen, hoy sabría determinar el Big Data. El código binario por el que se rige, sin embargo, todavía no reconoce emociones, gestos, ni vuelcos imprevistos condicionados por acontecimientos impredecibles con consecuencias difíciles de analizar por una máquina pero sencillas para el ojo entrenado del autor de Transición y Desmovilización Política en España (1975-78) y Mcmundo. Un viaje por la sociedad de consumo.
Como la mayoría de especialistas de su rango, Sastre forma a futuros expertos. La psicosociología del consumo no tiene secretos para él; tampoco la investigación social aplicada, el análisis de datos o el marketing y la investigación de mercados. Sus aptitudes atraviesan fronteras y llegan al Instituto de Sociología de la Universidad de Oslo, donde también impartió clases.
Hoy en día, este respetado profesor titular de Sociología en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Valladolid sigue gozando de la admiración reservada a aquellos cuya sabiduría y destreza aún no ha sido capaz de cuestionar ningún artefacto.
Hace cuatro años Donald Trump ganó la Casa Blanca a pesar de que la mayoría de las encuestas daban como ganadora a Hillary Clinton. En las elecciones del pasado mes de noviembre las encuestas apostaban por un triunfo arrollador de Joe Biden sobre Donald Trump, ya que todas las encuestas mantenían una diferencia de entre 8 y 10 puntos a favor de Biden. Al final del recuento, la diferencia fue de 3,5. ¿Cómo se explica por qué las encuestas fracasan? Las encuestas electorales comenzaron en la década de los años 30 con G. Gallup, que fundó el Instituto Americano de Opinión Publica y pronosticó en 1936 el triunfo de Roosevelt. En la segunda mitad del siglo XX, las encuestas pasaron a formar parte de las campañas electorales, de las estrategias políticas y se convirtieron en una herramienta para estudiar científicamente el comportamiento político y ganar elecciones. Pero son muchas las cosas que desde entonces ha cambiado en la política y las encuestas han dejado de ser lo que eran:
Primero. Las encuestas funcionaban mejor en entornos políticos estables, previsibles; y funcionan mucho peor frente a la fragmentación política, la volatilidad electoral y la regionalización del voto (Teruel existe). Por esto, en las condiciones políticas actuales, con una oferta mayor de partidos políticos, una caída sin precedentes en la fidelidad del voto de los partidos mayoritarios y un importante número de electores que decide su voto cada vez más tarde, predecir los resultados electorales es una tarea cada vez más complicada.
Segundo. Los actores políticos clásicos dominantes (socialdemocracia/democracia cristiana/centro derecha) en Europa después de la segunda guerra mundial han perdido el control sobre la política, la información política y las campañas electorales. El impacto de las redes sociales como Facebook, Twitter, Youtube… y el flujo informativo favorecido por el uso de los teléfonos móviles, imprimen una inmediatez a las campañas electorales y a la política que las encuestas tienen dificultades para calibrar. A la vez, las redes tienen efectos perversos en la participación política ciudadana, banalizan la política y favorecen la polarización y el cinismo político. Por no hablar de las fake news. La situación actual nos retrotrae al ambiente que Hannah Arendt describía en su libro Los Orígenes del Totalitarismo, publicado en 1951, y resumido en las siguientes notas: «En un mundo siempre cambiante e incomprensible, las masas alcanzaron un punto en el que, al mismo tiempo, creían en todo y no creían en nada…. La propaganda de masas descubrió que su audiencia estaba dispuesta al mismo tiempo a creer lo peor, por absurdo que fuera, y que no se resistía especialmente a ser engañada, puesto que, por otra parte, sostenía que cualquier declaración era una mentira”
Tercero. Al principio con el uso de las encuestas electorales muchos académicos creían que facilitaban la información política, introducían temas de debate en la agenda política, creaban climas de opinión, favorecían el debate político, la participación ciudadana y la calidad democrática. Sin embargo, las encuestas hoy se han convertido para los medios de comunicación y los partidos políticos en una mercancía barata de producir, pero rentable, porque genera debates, titulares, ruido, cháchara y, sobre todo, espectáculo. Las encuestas forman parte la ‘espectaculización’ de la política caracterizada por programas televisivos alimentados por las emociones, conflictos, escándalos, info-sátiras, e info-entretenimiento en detrimento de los debates políticos e informativos convencionales.
Cuarto. Ninguna empresa demoscópica quiere ser señalada por su fracaso en las predicciones electores. Es lo que se conoce como efecto herding, que se produce cuando un inversor financiero ignora su propia información y actúa siguiendo las decisiones de otros. De modo que, las empresas que realizan encuestas, tienden a publicar pronósticos semejantes entre sí y hacen coincidir sus predicciones electorales. En consecuencia, es probable que haya encuestas que no fallen el pronóstico, pero estarán guardadas en algún cajón en la sede central de algún periódico o partido político y el gran público nunca conocerá su existencia. Aunque esto también puede ser la típica leyenda urbana para que sigamos creyendo en el poder predictivo de las encuestas
Y, por último, ¿por qué seguimos haciendo encuestas? Primero, porque no hay otra forma de conocer la opinión de la gente que preguntando. Y segundo, porque los promotores de las encuestas esperan/cruzan los dedos para que funcionen los llamados efectos bandwagon y underdog. El término bandwagon (“subirse al carro ganador”) se refiere a un fenómeno que afecta a la opinión pública: en sus preferencias políticas, las personas se unen a lo que perciben como mayorías existentes o dominantes en la sociedad. Por otro lado, el efecto underdog se produce cuando la gente vota al partido que va perdiendo en las encuestas a fin de conseguir un efecto contrario a la tendencia dominante. Se trata de situarse al lado del más débil. En definitiva, las encuestas políticas ya no persiguen conocer, son armas de movilización y desmovilización de los votantes. Por lo tanto, ¿importa que fracasen en sus pronósticos?
Cayo Sastre
Profesor de Sociología de la Universidad de Valladolid
Exdirector del Departamento de Investigación del Centro de Investigaciones Sociológicas