Televisión online en España, lo mejor está por llegar

Álvaro Cunqueiro y José María Besteiro tienen tres cosas en común. Comparten provincia de origen, ejercieron el periodismo y son polifacéticos. Hasta su desaparición en 1981, Cunqueiro demostró ser un virtuoso de la palabra que dejó un poso notable en varias generaciones de paisanos. Entre ellos, un José María Besteiro a quien le gusta especialmente uno de los aforismos del de Mondoñedo: “Hay que soñar mucho y bien las cosas para que luego ocurran”.

Besteiro piensa en Hollywood mientras maneja presupuestos de todo a cien. Así se lo explicó a su equipo el día que compró tres agendas y les sumó el iPhone como si fuera el tope de gama de la producción audiovisual. Porque a eso se dedica quien ha sido bautizado como el padre del audiovisual gallego a pesar de que le siga dando pudor la etiqueta.

Dicen quienes le han tratado que Besteiro tiene varias virtudes y un don. Entre las primeras destacan el humor y la retranca, la clarividencia, un optimismo innegociable y una capacidad proverbial para asumir trabajo sin descomponerse. Quizá por todo ello el don de convertir en oro casi todo lo que toca, más que un regalo divino es fruto de un gigantesco esfuerzo.

Y es que este lucense de Riotorto volvió a casa en 1999 después de hacer las américas tras realizar un master en Dirección y Producción de Radio y Televisión en la Boston University y trabajar para multinacionales de la talla de Time Warner y Bertelsmann. Con todo ese bagaje, al que suma la fundación de Canal + y de varias productoras y gestoras de derechos audiovisuales, comenzó a poner en práctica las palabras de Cunqueiro empeñado en convertir su tierra en Galiwood.

Los éxitos llegaron uno detrás de otro y no solo en Galicia. Por eso hoy Besteiro es referente en su sector y faro de una creatividad gallega al alza que le reconoce como escritor del Génesis de la Biblia audiovisual del noroeste español.

El sector audiovisual español conoce uno de los mejores momentos de su historia gracias a las nuevas plataformas de pago, la llamada televisión online. Desde que Samuel Bronston descubrió El Dorado que era España en los tiempos del desarrollismo tecnócrata y rodó aquí películas míticas como El Cid o 55 Días en Pekín, nunca nuestro país había tenido tanta proyección internacional. Ocurre que estábamos aquí en la mina haciendo series por medio millón de euros (y por la décima parte de esos presupuestos en las autonomías) y en cuanto han llegado las multinacionales y nos han dotado de presupuestos decentes, se ha demostrado que nuestras series triunfan más allá de nuestras fronteras y que nuestros profesionales se encuentran entre los más cualificados y talentosos del mundo. Toda una inyección de autoestima para un sector que ha pasado de la guerra de guerrillas a codearse con Hollywood.

Aunque las plataformas son reacias a dar cifras, sabemos que títulos como La casa de papel, Las chicas del cable o Elite arrasan en el mercado internacional. Por una parte, nos permiten poner picas en esa nueva Flandes que es Estados Unidos y, por otra parte, nos ayudan a expandirnos en ese mercado natural que es Latinoamérica.

El cine nos había dado grandes momentos de gloria y de prestigio (desde Buñuel y Saura a Almodóvar y Amenábar pasando por José Luis Garci y Trueba, que habrían logrado palmas en Cannes y Oscar en Hollywood), pero en términos netos, de audiencias globales, nunca el audiovisual español había llegado a tanta gente. Lo que los franceses hicieron en las últimas décadas con el cine, colocando algunas películas suyas en el mercado internacional, lo ha conseguido España gracias a las series de televisión.

Decía Umbral que los mejores novelistas de su generación, no se encontraban en el mundo de la literatura sino en el mundo del celuloide y que cineastas como Gutiérrez Aragón, Trueba y Almodóvar eran los mejores narradores de la España democrática.

Los mejores novelistas españoles se encuentran ahora en la televisión haciendo series. Showrunners míticos y consolidados como Daniel Écija, Ramón Campos o Alex Pina narran nuestra actualidad con el pulso de los grandes novelistas decimonónicos (que fue cuando empezó esta costumbre de contar por capítulos), de manera que son los Balzac de ahora y ejercen de padres de una nueva generación de nuevos talentos sin complejos que no hará sino aumentar nuestro prestigio internacional. Sorogoyen, los Javis o los hermanos Coira, por citar solo tres ejemplos de éxitos recientes, son sólo una muestra de lo que se avecina.

La actualidad la contamos de maravilla, pero antes o después, alguien entenderá que nuestra historia guerrera y de gestas también acumula un arsenal de historias con enorme potencial. ¿Qué no harían los franceses si tuvieran 500 millones de hermanos de francohablantes y una Historia tan épica como la nuestra? Aprendamos de lo bien que manejan los franceses su industria cultural. Un poco de chauvinismo bien entendido no nos vendría nada mal.

Lamentablemente, hasta la fecha, nuestras mayores gestas las han contado los extranjeros. Desde Colón, dirigida por Ridley Scott, hasta El Cid, ya mencionada al principio y producida por la factoría Bronston. Efectivamente se ven tímidos intentos de contar nuestro pasado (Hernán Cortés, otro Cid en marcha, etc), pero la lista es enorme y está por explotar.

Poca gente sabe, por ejemplo, que el western nace en Andalucía, concretamente en las marismas del Guadalquivir, y que las sillas de montar y los sombreros de los cowboys, toda la escenografía del lejano Oeste, en definitiva, nace en nuestro país para dar luego la vuelta al mundo. Quizás el mejor ejemplo para mirarnos es lo que pasó en Irlanda con Braveheart. Por eso digo que lo bueno no es lo que ha ocurrido, sino lo que ocurrirá. Como cantaba Frank Sinatra, “the best is yet to come”. Lo mejor está por llegar.

José María Besteiro

Productor de cine y televisión