Periodista, lleva 20 años vinculado al desarrollo de la televisión de cercanía en España, especialmente desde el ámbito de la información y desde Radio Televisión Castilla y León, cadena de la que fue director general durante 9 años. Esa trayectoria fue reconocida en 2015 con el premio Talento de la Academia de la Televisión. Secretario general de Dircom Castilla y León; miembro del Consejo Social de la Universidad de Valladolid y vicepresidente del Comité Territorial de UNICEF, siempre ha tenido una estrecha relación con el mundo de la empresa, un hecho que fue valorado por EFCyL hace unos meses para concederle el Premio Comunica. Colabora en diferentes medios de comunicación e imparte cursos sobre comunicación estratégica y televisión en España y América Latina. En la actualidad es el CEO de Puentia.
Hoy celebramos el día de la Hispanidad, una fiesta que simboliza la efeméride histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política y la integración de los reinos de España en una misma monarquía, inició un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos.
Hoy, por tanto, al margen de absurdas políticas revisionistas, que se alimentan y sobreviven de alentar las diferencias en forma de discrepancias anacrónicas, celebramos el encuentro entre dos mundos. Un puente que, lejos de ser metafórico, en forma de lengua común ha apuntalado la comunicación como una sustanciosa herramienta enriquecedora a ambas orillas del Atlántico, que trasciende ampliamente el hecho de que el español, sólo superado por el chino, sea el segundo idioma más hablado del planeta.
Pero lo cierto es que durante este 12 de octubre de este ya imborrable 2020 continuamos asistiendo pavorosos a una dramática crisis sanitaria, social y económica que no tiene precedentes; una crisis de consecuencias tan profundas y de tan largo plazo que, incluso, es impredecible hasta para los logaritmos; una crisis que desde hace meses nos ha colocado frente al espejo desnudando nuestras fragilidades como sociedad.
En esta nueva era iniciada por la Covid19 nos encontramos cómo la fórmula de comunicación en términos clásicos está absolutamente adulterada de manera irreversible debido a que hemos interiorizado prejuicios como que el emisor siempre encripta un mensaje interesado en su relato o también porque la tecnología posibilita que tengamos acceso a una infinita red de canales que nos proporcionan más información de la solicitada y posibilitan que acumulemos más datos de los que necesitamos, lo que a su vez desactiva la escucha del receptor.
En este sentido, si algo ha fracasado durante esta crisis epidemiológica desconocida e imprevista ha sido la gestión de la comunicación, un barco sin rumbo, a la deriva, menospreciado, zarandeado y manoseado.
¿Por qué ha fracasado la comunicación Público-institucional?
En primer lugar porque no ha sido estratégica. Ha faltado planificación, ha faltado coordinación y la comunicación no se ha contemplado como un arma, como una aliada real.
En segundo lugar porque tanto los patrones como las herramientas de la comunicación moderna se han mostrado inoperantes. Debería haber prevalecido el relato cualitativo sobre el cuantitativo; comunicar mucho, casi siempre, no es sinónimo de comunicar bien; al igual que, en ocasiones como esta de colapso social, hay que primar la pedagogía sobre la agilidad; la concreción debe anteponerse a la velocidad.
Y, en tercer lugar, la comunicación ha fracasado, a mi parecer, porque esta pandemia ha dilatado, todavía más, el abismo infinito que ya antes debía salvar el discurso oficial entre la sociedad y sus instituciones. Dos realidades absolutamente desalineadas, cortocircuitadas por el permanente uso interesado de los mensajes oficiales y, por tanto, sin capacidad de entendimiento y de interacción.
Hay decenas de desgraciados ejemplos empezando por el envenenado kilómetro cero que le restó importancia a la pandemia aparte de una ingenua ignorancia; pasando por la nula anticipación en mensajes como el necesario uso de las mascarillas, exigencia tardía después de semanas de controversia donde la población realizó un master sobre los diferentes formatos; al igual que con los filtros y lo mismo con la transmisión por aerosoles, solamente por mencionar por encima algunos de los patinazos más sonoros donde la comunicación, lejos de ayudar, aumentó el desconcierto.
Mucho más allá de personalismos subjetivos –hay ejemplos para todos los gustos y de todos los colores– en términos de comunicación el descrédito lo ha representado, mejor que nadie, Fernando Simón Soria, director del Centro de Información de Alertas y Emergencias Sanitarias, y portavoz del Gobierno de España durante esta pandemia. El rostro y la voz de la información institucional de nuestro país se ha inmortalizado en miles de “memes”, protagonista de “souvenirs” y de programas de la televisión, el personaje ha devorado al portavoz institucional sin que ningún responsable haya puesto solución a este desprestigio, por supuesto, con consecuencias en términos de comunicación.
A pesar de que ya llevamos más de siete meses inmersos en esta pesadilla, los portavoces continúan menospreciando el impacto de sus mensajes. En los últimos días asistimos a la batalla de la vacuna en términos de comunicación. Todo apunta a que tardará más de lo previsto en estar disponible e inicialmente, como es lógico, se dispensará a los sanitarios y a los principales grupos de riesgo. Pero donde debería prevalecer una comunicación anticipativa y prudente, que perseverase en mensajes de corto plazo, cercanos, claros y concisos, que construyan, importante, certezas, nos encontramos que la comunicación sigue grogui golpeada por un maremoto insoportable de información del que los medios de comunicación, de forma absolutamente irresponsable, participan nutriendo la confusión.
En este endiablado contexto hoy, 128 años después, celebramos el día de la Hispanidad, la historia lo recordará como la Hispanidad de la Covid, una fecha extraordinaria para divisar todo lo que nos une en casa y con América, desde la comunicación como un pilar común imprescindible para construir, para avanzar y, en primer término, para plantarle cara a esta pandemia que no entiende de países ni fronteras, de idiomas ni nacionalidades.
Eduardo Álvarez
Consejero delegado de PUENTIA