Sentido común, el contrafuerte para el futuro de nuestros hijos

Ni es boxeador ni nació en Irlanda pero a Pedro Pisonero le va como un guante el título que John Ford eligió para contar en 1952 la historia de aquel púgil que vuelve a casa: ‘El Hombre tranquilo’. Como si de un John Wayne enfrentando las dificultades de una sociedad en la que no encaja se tratara, a Pisonero también le ha tocado luchar a lo largo de más de tres décadas de trayectoria en el mundo de las finanzas. Tiempo suficiente para aprender a lidiar con los problemas de un día a día sometido a vaivenes de todo tipo, como desde hace unos meses, en los que la economía baila la música siniestra que toca la Covid19 como si de la orquesta del Titanic se tratara.

Pero la calma para tomar la decisión correcta y agarrarse con fuerza a su optimismo innegociable han convertido al director general de Iberaval no solo un ejecutivo de referencia tanto en España como en el ámbito iberoamericano, donde ocupa también cargos de responsabilidad, sino en un hombre récord que en 2018 colocó a la sociedad de garantía que capitanea en el primer puesto nacional en volumen de crédito gestionado; un hito que el hombre tranquilo logró después de ocho años al frente.

Donde otros ven pesimismo, Pisonero ve oportunidades. Donde otros desfallecerían, Pisonero prefiere seguir nadando para llegar a la orilla. No puede haber mejor ejemplo para quienes buscan un hombro en el que apoyarse con el objetivo de hacer realidad sus proyectos. Cada desafío siempre obliga a sortear baches pero si el espejo en el que mirarse es este audaz vallisoletano del 62 experto en marketing y en dirección financiera, las piedras del camino se transforman en arena que se pisa sin dejar de avanzar.

La Red Iberoamericana de Garantías, la Confederación Española de Sociedades de Garantía Recíproca, la Fundación para la Excelencia Empresarial de Castilla y León y la Cámara de Comercio de Valladolid disfrutan también de su talento, como buena parte de la sociedad que nos rodea, que cada día sigue levantando sus persianas porque directivos como Pedro Pisonero continúan manteniendo la fe en las capacidades del ser humano y presumiendo de potencial de un país cainita que a veces prefiere desinflarse al primer pinchazo sin pararse a pensar en que empresas como Iberaval pueden seguir insuflando el aire necesario para llegar a la meta y ganar la carrera.

 

Casi como un salmón que nada a contracorriente, suelo tener una visión positiva de las cosas, aunque siempre pegada a los números, que es lo que llevo trabajando desde hace más de tres décadas. En todos esos años he podido palpar que, aunque suene a tópico, España no tiene mucho que envidiar a la acción industrial o el tejido empresarial de otros países en el mundo que consideramos referentes aquí. Y, por cierto, tampoco perdería en un cara a cara con países que marcan la pauta en nuestro entorno más inmediato.

Tendemos a echar de menos -como es lógico- oportunidades perdidas o a personas que ya no están con nosotros. Tendemos a ver los errores en los demás y minimizar los nuestros. Tendemos a que los árboles no nos dejen ver el bosque. Pero la realidad es que sí hay oportunidades ahí fuera, y tenemos la fuerza y el convencimiento de que esta circunstancia sobrevenida, que obviamente nadie buscábamos (ni vimos venir), será cosa del pasado no tardando mucho. Sigo teniendo esa visión positiva.

En esta crisis que nadie buscaba pero que nos ha sobrepasado a todos, se ha inoculado una suerte de espíritu insolidario que agrava esa máxima imperante de que los derechos están encima de los deberes y donde se radiografían y vocean al minuto los traspiés ajenos.

Además, se da la circunstancia, dramática circunstancia, de que vivimos en un país maravilloso, pero endeudado hasta la barbilla, en el que, en lugar de mirar más allá del presente inmediato, no se cambia el paso. Al contrario, se insiste en repetir errores de igual o superior magnitud a los del pasado, lo que obviamente nos llevará a aquellos acantilados a los que no hace demasiado nos asomamos con insistencia.

Spain is different. Ciertamente. Y lo es porque se empeña en demostrarlo con hechos. En una crisis como la que vivimos por la pandemia global, no abandonamos el carril, seguimos viviendo con urgencia -en tiempos que no la recomiendan-, a golpe de titulares y no nos paramos a analizar los números. ¿Por qué en España hay ese volumen de infectados y fallecidos por COVID-19, frente a lo que ocurre a otros países? ¿Nuestros protocolos son peores? ¿Qué ocurre? Frente a esto, vivimos en el ruido de las cifras, en la opinión interesada y desinformada, y damos bandazos como un camión sin frenos. Todos nos creemos los Vicentes del Bosque del coronavirus.

Pero, iré más allá: la crisis ha sido inmisericorde con una parte de la población, pero nadie ha hablado de otros colectivos que han vivido bajo un comodísimo paraguas sin mayores exigencias ni compromiso.

No nos sorprenderá ver cómo muchos de nuestros jóvenes, con una formación apabullante, volverán a tener que buscar alternativas fuera de su país, porque lo que encuentran aquí es la resultante de estructuras tan férreas y anquilosadas que caen por su propio peso. No existe como tantas veces se ha dicho un enlace real entre la Universidad y la Empresa, y eso debería ser un asunto de estado. ¿Llegará un día en el que se pacte algo tan capital como el modelo educativo a futuro en España? Ay, las miserias ideológicas y las luchas cainitas y partidistas… En eso sí somos los mejores: en tener nuestra propia razón. A ser posible, incompatible con la de los demás.

Las nuevas hornadas, que realmente están mucho mejor formadas que quienes ya tenemos unos años, deberán demostrar todavía más valía que nosotros. Aún no perciben la gravedad del momento, porque sus mayores nos empeñamos en edulcorarles el desayuno, pero no estaría de más que les mostráramos cómo se está levantando un país y cómo se levantará, con el esfuerzo de todos.

El timón empresarial

La opinión publicada ha sido inmisericorde con la empresa, y diría más, con la banca que durante muchos años ha financiado a miles de proyectos (también de medios de comunicación). Este país es así.

Las empresas, como decía, han quedado relegadas en muchas ocasiones a ese amigo necesario que hace más baratas las rondas en el bar, pero han sido un pilar fundamental para superar esta situación (la famosa situación). Ciertamente con el apoyo del Estado a través de los ICO o los ERTEs, pero hay que dar al César lo que es del César: han demostrado -salvo excepciones- esa preocupación real por sus empleados, por sus familias, que todo va en el mismo lote.

¿Qué nos deparará el futuro? Pues espero que sentido común a rabiar. Y reconocimiento al esfuerzo, algo que no suele hacerse en este país de titulitis y suertudos.

Finalizo con un reconocimiento más: el que merecen aquellas empresas que no han echado la cortina por su condición esencial. Entre ellas, por cierto, esos grandes olvidados que son los bancos, con los que Iberaval ha trabajado duramente. Esos a los que se zurra hasta la extenuación y que, en ocasiones, en el momento más peliagudo de esta pandemia, tenían que atender a clientes que ciertamente deberían haber valorado más su integridad física. Obvio decir que el papel desempeñado por un porcentaje muy alto de profesionales sanitarios es digno de elogios e incluso distinciones.

En el lado opuesto, como decía más arriba, muchas otras empresas que, en principio, deberían servir a todos y que optaron por una actividad no presencial, lo que propició esperas de varias semanas en la atención… si el contribuyente no desistía. ¿Alguien nos explicará el porqué de esto algún día? Es lo que hay, y lo asumimos, pero alguien debería hacerse responsable. El movimiento se demuestra andando y hay que predicar con el ejemplo. Más en los tiempos adversos.

En Iberaval arrimaremos el hombro, como siempre hemos hecho, para que ningún proyecto viable se quede sin financiación. Todos tenemos algo que aportar.

Pedro Pisonero Pérez

Director General de Iberaval SGR