Humor y comunicación corporativa

El último libro de José María Nieto lleva por título ‘La sonrisa que llevas puesta’. Acaba de ver la luz porque ya tocaba y porque había muchas ganas. Cada 5 años publica una selección de sus viñetas aunque en el mundo caigan chuzos de punta porque la carcajada es un paraguas infalible. Tampoco importa que jarree si se trata de cumplir un ritual. Y Nieto es de esa tribu cada vez más escasa de amantes de los dedos tiznados. Será porque los suyos respiran tinta así que cada día, sin excepción, compra la prensa enfrente de su casa.

Nieto lleva más de media vida al servicio del humor -empezó en 1994 en El Norte de Castilla- y ya se sienta en la mesa de los humoristas gráficos más grandes de España. Era cuestión de tiempo. Este licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca que firma en la edición nacional de ABC no solo dibuja bien sino que tiene los ojos muy abiertos para poner la diana de la risa sobre los objetivos de mayor actualidad. Nieto comunica con un estilo único. Para conseguirlo, se ha rodeado de unas protagonistas que, aparte de dar ‘Fe de ratas’, han forjado su particular sello de identidad. Morro afilado, agudeza visual con gafas de cerca y ácida verborrea cargada de dobles sentidos. Así es el alter ego de Nieto sobre el papel. Y, a pesar de esa querencia por los roedores, este genio del humor adora a los gatos. Asoman por sus viñetas de vez en cuando y por eso en el corazón de su dueño -del tamaño de su imaginación desbordante- aún sigue Patricio dando paseos por casa y ronroneando, y eso que se fue a principios de septiembre.

También los pájaros hablan por Nieto. Unos desde los tendidos eléctricos haciendo gala de su característica mordacidad, otros piando desde redes como twitter, la nueva plaza pública en la que cada viñeta se traduce en un aplauso, una sonrisa y miles de adhesiones porque Nieto comunica con humor incluso la indignación. Así lo han ido constatando a lo largo de los años los lectores de Diario de Soria, La Crónica de León, 20 Minutos y Castilla y León Económica o los telespectadores de Televisión Castilla y León, el canal que ha convertido a Nieto en personaje de sus propias viñetas.

Analizar la vida con ojos risueños tiene recompensa más allá del abrazo de tus lectores. Nieto ha recogido el premio Francisco de Cossío en dos ocasiones (2001 y 2005). A ese doble reconocimiento de la Junta de Castilla y León suma el Premio Libertad de Expresión, el Sabino Fernández Campo o el Mingote. Palabras mayores. De igual modo, la siempre complicada tarea de hacer reír a un semejante le ha traído una mención especial del Premio de Periodismo Fundación Grupo Norte contra la Violencia de Género y el reciente nombramiento como Lancero de Honor del Regimiento de Caballería Farnesio. Llegarán más por esas risas que a veces también suponen un aldabonazo de conciencia pero, aun sin premios, nadie discute la genialidad de este zurdo divertido, ferviente admirador de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, capaz de retorcer hasta la carcajada el mínimo detalle del mundo que nos rodea.

 

Según cuenta Fernando Lillo en “Un día en la vida de Pompeya”, junto a la entrada de la lavandería de Fabio Ululitrémulo se conserva una inscripción con una parodia del famoso primer verso de la Eneida: “canto a las armas y al varón”. La pintada reza “Fullones ululamque cano, non arma virumque” (canto a los lavanderos y a la lechuza, no a las armas y al varón). La humorada viene a cuento porque al lado había una imagen de Eneas y la lechuza es el símbolo de Minerva, protectora del gremio, y su gracia está en el doble sentido que permite entender “canto a los escarabajos y a la lechuza” en la literalidad del texto, ya que a ciertos escarabajos se les llamaba “fullones”, como a los lavanderos.

El lavandero guasón no borró la pintada, sino que la mantuvo como anuncio pomposo de su humilde negocio. O tal vez incluso fue él mismo (Ululitremulo significa “el que teme a la lechuza”) el autor de la ocurrencia.

Dos mil años después los herederos de Fabio Ululitrémulo siguen pensando que el humor puede ser una buena forma de mejorar la reputación de su empresa, por la simpatía y confianza que nos inspira de forma natural quien nos hace reír con su ingenio. Pero cuando en vez de limitarse a la mera publicidad el humor se lleva a las otras formas de comunicación corporativa entramos en un terreno de arenas movedizas. Ayer, por ejemplo, reconocí a un desafortunado émulo del lavandero pompeyano en el correo electrónico que me enviaba mi entidad bancaria:

“Cada vez que te vemos en (BANCO X) sentimos mariposas en el estómago.

En (BANCO X) se nos acelera el corazón cuando visitas nuestra web, por lo que te pedimos que contestes una breve encuesta. Entonces… ¿es un sí?”.

Leí una y otra vez el correo, atónito y estremecido por la injusticia: ¿Por qué el exquisito Fabio Ululitremulo tuvo que morir achicharrado por el vendaval piroclástico del Vesubio, mientras los cretinos de BANCO X viven largas y apacibles vidas escribiendo tonterías irritantes?

El humor es un arma peligrosa. Puede tener efectos contrarios a los esperados y despertar reacciones airadas. Del mismo modo que a un comediante que no cae en gracia le pueden tirar al río, a una empresa le puede salir muy caro comunicarse con chistes fallidos o bromas inoportunas. Esto se debe a que el humor siempre desvela defectos o debilidades, tanto propios como ajenos, de modo que, si reírnos de nosotros mismos nos deja desnudos, reírnos de nuestros clientes, trabajadores o proveedores es directamente una imprudencia.

Quedaría la posibilidad de reírse de la competencia, pero, por desgracia, esto solo está permitido en política. No hay libertad de expresión para hacer chanza de lo ineficaces, torpes, deshonestas o estúpidas que son empresas concretas. (Buena prueba de ello es que ni siquiera me he atrevido a contarles qué banco me escribe correos electrónicos tratándome como si fuese una niña de doce años). La verdad es que esto es una pena, porque abriría un mercado enorme a los que nos dedicamos a la caricatura y a la parodia.

Por otra parte, vivimos días cada vez menos comprensivos con el humor: la “cultura de la cancelación”, en la que cualquier sentimiento de ofensa conlleva pena de lapidación en redes sociales para el temerario que haya hecho una gracia equivocada.

En la práctica lo más frecuente es ver “remedos de humor” inofensivos, con los que las empresas se comunican intentando aparentar cercanía, empatía y autenticidad. “Con esta nueva versión de la app hemos corregido errores y luego nos hemos tomado la tarde libre”, me anuncia alegremente Youtube en su actualización.

Tengo dudas de que ese humor impostado, ese “postureo” de ‘jijijí jajajá’ tenga algún efecto positivo en la reputación de una empresa. O a lo mejor sí. Lo que está claro es que en los departamentos de comunicación del siglo XXI no trabaja Fabio Ululitremulo, ni sus clientes leen la Eneida. Se me ocurre que tal vez al pompeyano tampoco le faltaron ofendiditos de morro torcido que se sintieron escandalizados por el hecho de que un humilde batanero se atreviese a bromear con el poema del divino Eneas, fundador de Roma, y a lo mejor hasta promovieron un boicot contra el ingenioso lavandero. Nos queda el consuelo de saber que seguramente también a ellos los achicharró la erupción del Vesubio.

Ahora les dejo, que tengo que contestar una carta de amor de mi banco. Lo haré de forma volcánica.

José María Nieto

Dibujante