El periodismo que viene…

La vocación periodística se cría entre recortes, improvisadas escaletas o guiones manuscritos, toneladas de curiosidad y diccionarios para consultar esos adjetivos cuyo uso van puliendo los libros, eternos acompañantes para cualquier comunicador. Como a muchos compañeros de profesión, a Sergio Martín hay dos epítetos que le queda como un guante: todoterreno y trabajador. Lo que le hace diferente es su enorme precocidad, por la que fue reconocido en 2007 con el premio Larra al mejor periodista sin haber cumplido 30 años -un galardón al que han seguido muchos otros-, una innata capacidad de liderazgo y el servicio público al que ha ligado prácticamente toda su trayectoria profesional desde RNE y RTVE.

Durante años ha sido una de las caras más reconocibles de la televisión pública como presentador de programas consolidados como Los Desayunos o La Noche en 24 horas y conductor de algunos de los especiales más vistos de la televisión en España en los últimos tiempos. Amable, cercano, ágil e inteligente, atesora además la virtud de empatizar rápidamente con el espectador o el oyente, como también demostró en sus inicios en RNE, donde llegó a ser subdirector del emblemático ‘Esto me suena’ o del informativo ‘España a las 6, 7 y 8’.

Detrás del Sergio visible, expuesto, directo e incisivo en sus preguntas y transparente se esconde el que no ha dejado de ocupar cargos de responsabilidad. Así, ha sido subdirector de informativos de TVE, director del Canal 24 horas, de la web de noticias de www.rtve.es y del equipo de redes sociales de los informativos del canal público. Y lo ha hecho muy bien. Tan bien que no ha dejado de recoger reconocimientos importantes, como las dos Antenas de Oro durante su época como director y presentador en el Canal 24 horas, el Premio Bravo de Comunicación o el galardón al mejor presentador de informativos concedido por PR Noticias.

Licenciado en Comunicación Audiovisual por la ocho veces centenaria Universidad de Salamanca -la ciudad donde nació-, no olvida su alma mater, a la que sigue vinculado como miembro de la Junta Directiva de Alumnii y profesor honorífico. Su enorme experiencia en primera linea y sus éxitos hacen que esa faceta, la de docente, sume cada vez más galones porque, cuando se trata de formación especializada, siempre queremos a los mejores de nuestro lado.

 

Ayer mismo leía que el periódico The New Yok Times ya no publicará en sus páginas la programación de televisión, después de más de 80 años haciéndolo. Lo justifica por la creciente oferta de opciones de consumo audiovisual bajo demanda. Me temo que pronto asistiremos a decisiones parecidas en los periódicos españoles. Podemos decir que Netflix está matando a la estrella de la tele -parafraseando a los Buggles y su Video killed the radio star-. Los más jóvenes (y no tan jóvenes) ya no ven la televisión convencional/lineal. Eso no quiere decir que no vean “la tele”. Según Video Metrix, durante el pasado mes de julio cada usuario dedicó una media de 43 minutos al día a ver contenidos audiovisuales en Internet, 4 minutos más que en julio de 2019. Se sientan delante de su Smart Tv, Tablet o Smartphone a consumir a la carta y bajo demanda los contenidos que les ofrecen las diferentes plataformas de pago. Repito, de pago. Seamos sinceros, en el último año ¿cuántas veces has cogido el periódico para saber qué peli “echan esta noche”? Antes todos lo hacíamos.

Contrasta este proceso en el que los consumidores han entendido que tienen que pagar por contenidos audiovisuales de calidad, como había sucedido años antes con la industria musical y Spotify, con el descenso de consumo de periódicos de papel y el no trasvase de lectores a las plataformas digitales de pago, como Orbyt y Kiosko y Más. Cualquiera que tenga contacto con estudiantes universitarios y pregunte por sus hábitos de consumo de información recibirá una respuesta parecida a esta: “¿por qué pagar por periódicos que cuestan dinero si en internet puedo encontrar esa misma información gratis?”.

La respuesta a esta pregunta no es fácil ni intuitiva.

Si observa a su alrededor y abre bien los oídos se dará cuenta de que cada vez escucha más la expresión “he leído esta noticia en Twitter” o “lo he visto en Facebook” y cada vez menos (salvo entre colegas periodistas) “lo he leído en un artículo de El País o El Mundo”. Todavía es más extraño citar el nombre del periodista que firma una información. Esto sucede porque cada vez son más los que confunden el medio de comunicación con la red social que contribuye a su difusión. Así, especialmente entre los más jóvenes, la cabecera, la fuente de la información, pierde importancia frente al agregador de noticias… y aquí empieza el lío. Como consecuencia de este proceso, las informaciones de las cabeceras más prestigiosas aparecen en el timeline del consumidor con la misma fuerza y presencia que otros medios desconocidos e incluso falsos. Para los ojos inexpertos son lo mismo, sus informaciones tienen el mismo valor y les otorgan la misma importancia.

A menudo la información de calidad y las fake news tienen el mismo aspecto y no es nada fácil distinguir una de otra. De hecho, es bastante frecuente que las noticias falsas tengan mucho más éxito de consumo puesto que suelen aparecer con titulares más llamativos y contenidos más jugosos.

Es mucho más fácil contar una buena historia cuando te la puedes inventar.

Además, si la fuente de la información deja de ser relevante para los consumidores, el terreno está mucho más abonado para los creadores de fake news. Nadie (o casi nadie) les pedirá explicaciones cuando la tozuda verdad les afee un atractivo titular. Es más, para cuando eso ocurra, es muy probable que nadie se acuerde de quién fue el primero en poner en circulación la noticia falsa porque (y esa es otra) cuando una noticia funciona en internet es rápidamente replicada por infinidad de medios, más o menos serios, un ejército del copypaste que ni busca noticias, ni habla con las fuentes, ni pregunta a expertos, ni se esfuerza por dar contexto a la información. Sencillamente copia y pega.

Añadan a la complejidad descrita otro elemento más, la tecnología. Lo cuenta muy bien Eli Pariser en El filtro burbuja. Los algoritmos que emplean los buscadores y redes sociales que usamos conocen perfectamente los gustos e intereses de los consumidores. Las informaciones que aparecen en mi timeline de Twitter no son las mismas que aparecen en el tuyo. Tampoco las respuestas que ofrece a mis búsquedas Google son las mismas que te ofrece a ti. Aunque busquemos exactamente lo mismo. Esto es así porque sus famosos algoritmos aprenden de nosotros y adecuan sus respuestas a nuestros intereses específicos. Esto que se presenta como un buen servicio, personalizado para cada usuario, plantea una cuestión de vital importancia para el periodismo: ¿los medios deben contar a los usuarios la información que quieren leer -como hacen los algoritmos- o también deben contarles lo que no quieren ver?

Respondan a esa pregunta y habrán encontrado una buena razón para pagar por información de calidad. Además, si cada usuario se limita a consumir (sólo) la información que confirma sus prejuicios (sesgo de confirmación) estaremos contribuyendo a crear guetos, burbujas, mundos diferentes que no se tocan, ni se hablan, ni se entienden…

Durante los meses más duros del confinamiento, desde marzo a junio de 2020, en los momentos más difíciles de la pandemia, todos buscábamos respuestas fiables a preguntas trascendentes: ¿qué sabemos sobre este coronavirus y el covid-19?, ¿cuándo habrá una vacuna fiable?, ¿y un medicamento?, ¿qué pasa con la economía?, ¿perderé mi trabajo?

Esta generación ha vivido su “momento de la verdad”. Los ciudadanos buscaban en los peores días de incertidumbre aproximarse a la verdad: información fiable y expertos que supieran de lo que hablan. Algunos medios se han esforzado mucho por ofrecer esa información, encontrar a esos expertos y dotar a las estadísticas e informaciones oficiales del contexto necesario para entender mejor los hechos. Otros han seguido, en el mejor de los casos, con su técnica del copypaste, cuando no poniéndolo todo perdido de fake news.

Hoy leo que El Mundo ha superado este verano los 50.000 suscriptores digitales al corriente de pago, 10 meses después de lanzar Premium, la suscripción de pago. Añade que durante el estado de Alarma “la cartera aumentó un 178%”. Casi todos los periódicos han puesto ya en marcha sistemas similares de Paywall (muro de pago). Hacía tiempo que el sector había entendido que no se puede ofrecer gratis total información de calidad. La excelencia requiere muchas horas de trabajo, por eso es cara. Ahora hace falta que también seamos capaces de explicárselo a los usuarios. ¿Cómo?

Volviendo a la esencia del periodismo y la búsqueda de la verdad, el rigor, el espíritu crítico, la pluralidad, la búsqueda de fuentes y el esfuerzo por contextualizar los hechos…

La información de carril, la muy ensayada técnica de copiar y pegar una nota de prensa o fusilar sin citar el trabajo de un compañero, las noticias falsas, las noticias inventadas y otros subgéneros de fakenews quizá den el pego en tiempos de calma. Ahora nos jugamos mucho. Y el periodismo también…

Sergio Martín

Periodista