El cisne negro

Ha sido uno de los grandísimos banqueros españoles de los últimos 30 años en España; el hombre que hizo al BBVA importante en América. Padre del Concierto vasco y economista inspirador siempre vinculado al emprendimiento, su hijo pequeño, Jon, es uno de los grandes talentos jóvenes de nuestro país en el mismo ámbito en el que ha destacado su padre. Visionario innovador, siempre ha defendido que el futuro se conquista desde el presente. Su listado de reconocimientos es infinito y está sólo a la altura de unos pocos ejecutivos.

 

El “cisne negro” es una metáfora que se emplea desde hace unos años para identificar un suceso absolutamente imprevisto que origina un gran impacto socioeconómico. Pues bien, a quien no conozca la expresión no se le va a olvidar porque ha anidado entre nosotros un cisne, no sólo negro, sino negrísimo.

No puedo menos que calificar así el hecho de que un agente invisible que no es ni siquiera un organismo vivo, porque no tiene células, haya puesto contra las cuerdas, al borde del KO, al mundo entero y ello en solo tres meses.

No estoy exagerando, porque, además de las más de doscientas mil personas que han pagado el precio de su vida, los millones de personas contagiadas y confinadas, el FMI estimó, a principios de abril, que nada menos que 170 países van a entrar en recesión y necesitar ayudas, que en aquel momento alcanzaban ya los 8 billones de dólares. Todo ello, para tratar de paliar las tremendas consecuencias económicas, financieras y sociales (y, en algunos casos, políticas) que ha originado algo que ni siquiera se puede ver con un microscopio convencional.

Se ha batido así el desgraciado récord establecido en la pavorosa crisis de 1929, por cierto, solo diez años después de que la llamada “gripe española” dejara un reguero de más de 50 millones de muertes en nuestro planeta.

A medida que van desapareciendo los corsés (y, todo hay que decirlo, el miedo a la muerte) hoy todos estamos muy preocupados por lo que va a llegar. Aunque no soy ni profeta ni adivino, me atrevo a anticipar diez situaciones, coyunturales y estructurales, que estoy convencido se van a producir, con los datos que ahora tenemos. Y, tras todo ello, voy a plantear lo que pienso.

Primera. Hasta el Gobierno más tonto del mundo va a tener preparado un indispensable manual titulado “Mil pasos a dar cuando se produzca una pandemia”. Y se crearán reservas estratégicas de productos sanitarios esenciales. Porque ha sido increíble ver que, salvo honrosas excepciones, ningún país del mundo (incluidos los que saben fabricar bombas atómicas ¡pero no mascarillas!) estaba preparado para una situación así.

Segunda. Se van a consolidar cambios sociales muy significativos, todos ellos apoyados por las gigantescas oportunidades, y retos de adaptación, que abrirá la ola de innovaciones tecnológicas disruptivas que nos va a llegar. En paralelo, me temo que, como ya nos ocurre cuando vamos a embarcar en un avión, la esfera privada de nuestras vidas se va a seguir encogiendo.

Tercera. La política presupuestaria de todas las instituciones públicas va a sufrir un cambio exponencial. Me temo que volveremos a 2008: se primará lo urgente (el gasto social) sobre lo necesario (inversiones públicas, ciencia, I+D, etc.). Y eso, asumiendo que la recuperación se vaya a producir en forma de V, o al menos de U, y no en L, lo cual está todavía por ver.

Cuarta. El partido político que te haga promesas de bajadas de impuestos te estará engañando. La recaudación se está ya derrumbando y va a ser necesario aumentar el gasto público astronómicamente. Eso se traducirá, antes o después, en más presión fiscal, mucho más endeudamiento, que algún día habrá que pagar, y duras políticas de reducción de costos.

Quinta. La banca tendrá una ocasión de oro para superar la crisis reputacional que todavía padece haciendo realidad lo que han manifestado algunos banqueros, es decir que, a diferencia de lo que ocurrió de 2009 a 2015, “la banca es parte de la solución, no del problema”. ¡Que así sea!

Sexta. A la sanidad pública se van a dedicar muchos más recursos y se implantará algo parecido a la renta mínima universal. Y es que hoy, más que nunca, conviene proclamar y defender que nadie se puede quedar atrás y que hay que proteger a los más débiles.

Séptima. Muchas empresas van a intentar salir de la “trampa de la globalización” recuperando para casa actividades que habían deslocalizado. Se van a dar cuenta de que es fácil decirlo, pero muy costoso hacerlo.

Octava. Como en todas las crisis, va a haber ganadores y perdedores. España va a estar entre los países que van a pagar un precio más alto, en forma de paro y de aumento de la desigualdad, porque su economía está muy apoyada en sectores que van a padecer muy especialmente las consecuencias de esta crisis. Y, por supuesto, todas las Comunidades Autónomas van a sufrir. Unas padecerán cáncer y otras, más fuertes, tendrán que superar una neumonía.

Novena. La Unión Europea, que padece las consecuencias de una falta clamorosa de liderazgo, tendrá que plantearse la misma pregunta que acosaba a Hamlet: ¿ser o no ser? Tenemos un salvavidas llamado euro. Sin él, adiós Europa.

Décima. China le ha ganado la carrera de la COVID19 a Estados Unidos. En todo, como ya lo venía haciendo en inteligencia artificial, redes 5G, coche eléctrico autónomo etc. Por lo tanto, es previsible que siga creciendo la tensión entre estos dos países en su lucha por el liderazgo global, y que todo ello nos sitúe al borde de un grave conflicto.

Ante el negro panorama que nos ha traído el cisne del mismo color y en un escenario en el que está cambiando todo (valores, economía, sociedad, tecnología, geoestrategia, etc.), España necesita un generoso caudal de ayuda (de aquí lo decisivo del “salvavidas” al que me refería antes). Pero esto no será suficiente si no asumimos, con mucha más fuerza y convicción, un urgente y exigente proyecto de transformación, un big bang. ¡No podemos quedarnos atrás!

No sé si voy a acertar en algo de lo anterior, pero sí en esto: después de la tormenta, siempre sale el sol. Y lo hará también ahora. ¡Seguro! Tenemos la obligación de despertar, actuar y colocarnos allí donde germinan las plantas; al sol y no a la sombra. El cisne negro nos sitúa ante un imperativo existencial, ante un desafío colosal: construir el mejor futuro ¡Levantemos la cabeza y empecemos a trabajar ya, para hacerlo realidad!

Pedro Luis Uriarte

Presidente de Economía, Empresa y Estrategia