Dijo Hooding Carter hace muchos años que “solo hay dos legados duraderos que podemos dejar a nuestros hijos: uno, las raíces. El otro, las alas”. Hoy en día esa reflexión sigue siendo uno de los pilares de la naturaleza de Alma. Eso es trascender. Pasarán los años, nunca morirá la esencia. Es el legado auténtico que muy pocos son capaces de hacer trascender de generación en generación. La obligación de no olvidar nunca de dónde venimos. La responsabilidad de saber dónde queremos ir y conseguirlo.
Mirada larga, paso firme. Con la cabeza en las nubes y los pies en la tierra. Aquello que trasciende es fruto de lo auténtico, de aquello que nace de la pasión, de lo simple, de la atrevida ignorancia, del conocimiento observador, de la inquieta calma.
Coherencia y consistencia, visión honesta, mirada íntegra. Es saber leer el tiempo, respetar la historia, construir futuro. Dibujar sueños con la magia de un loco, trazar detalles con la precisión de un cuerdo. Cultura del detalle.
Es escuchar el doble de lo que hablamos y acertar el doble de lo que erramos. Es errar en el firme y permanecer en la duda. Adaptarse a los tiempos, respetar, retar, persuadir y provocar. Sufrir y vencer. Perder y disfrutar.
Pensar en décadas y responder en segundos. Crear, sentir, hacer feliz. Beber historia y trazarla. Construir sueños, reparar fracasos.
Y, siempre, personas. La emoción es la mina de oro; el miedo un mal compañero. El éxito es la sonrisa, la identidad, el talismán.
Estoy convencido de que la importancia de la marca no se mide por su tamaño ni por su historia, aunque en este caso pueda llegar a contribuir. La importancia de la marca es el valor que esta es capaz de generar en otros. Y la importancia de este concepto es que ese valor siempre es percibido por un tercero. Nosotros podemos provocarlo, imaginarlo o desearlo pero la realidad, la gran realidad, es que son los demás los que deciden el valor que aporta. Reputación.
Aun así, tenemos una gran responsabilidad. No en comunicar, que considero un nivel más elemental de esta capacidad superior del ser humano que aporta el lenguaje, a diferencia del resto de seres vivos, con todo lo que implica a nivel cognitivo-emocional. Pensamiento y lenguaje. Lo que realmente podemos hacer por trascender en el valor de la marca es ser fiables, consistentes y coherentes. No solo con nuestro mensaje, que supone nuevamente un nivel inferior en la comunicación, sino con nuestra forma de proceder una y otra vez. Esa consistencia es la mejor manera de transmitir la esencia y el valor de una marca y es la única forma que conozco de hacerla trascender.
Como dice Paul Watzlawick en su libro Teoría de la comunicación humana, y recogiendo uno de sus axiomas, “el sentido de lo dicho siempre lo pone el oyente, nunca el hablante”. Es la magia y la grandeza de la dimensión relacional de la comunicación humana, y no solo de la dimensión del contenido, la cual, de existir por sí sola, haría muy primaria la tarea de la comunicación. El aspecto relacional es lo que eleva la comunicación de tarea a arte, en mayúsculas.
El axioma por excelencia de esta teoría de la comunicación humana es la imposibilidad de no comunicar. Hagamos lo que hagamos siempre estamos comunicando. Yo añadiría: no te preocupes únicamente de lo que tú comunicas sino de lo que tú, en cada momento, puedes estar transmitiendo. No se trata de disfrazar el mensaje. Se trata de poner tanto valor en el otro como seas capaz de otorgarle. Sólo de esta manera seremos capaces de salir de nuestra percepción para ser capaces de percibir a través del otro. Culto al detalle. Piensa qué puede pensar. Siente qué puede sentir. Quizás estemos ante uno de los actos de mayor nobleza del ser humano.
Alma nace de un concepto primario y más primitivo y es la vuelta constante a lo básico. Menos es más. La sutileza de lo esencial, lo complejo de lo sencillo. Pero queriendo apuntar muy alto. Cuando el equipaje es liviano, el camino es placentero y generalmente de mayor recorrido.
Locos inquietos, satisfechos inconformistas en búsqueda de la mejora imparable y la superación incesante. Perfecta imperfección. Somos nuestra propia competencia, nuestro mejor acicate.
El águila, emblema de Alma, se caracteriza por la esbeltez de su vuelo, por la extensión de su belleza, por la intensidad de su acción y su paciente calma, por su imponente figura y por su capacidad de trasformar el entorno con su sola presencia. Símbolo de la conservación y de la riqueza patrimonial de nuestra biodiversidad.
Alma es el fruto de un sueño, el respeto por el origen, la responsabilidad de una trayectoria y la emoción de un camino por recorrer.
Pensando siempre en plantar árboles que nunca nos darán sombra a nosotros, el viñedo, como nuestro legado, no es una herencia de nuestros padres sino un préstamo de nuestros hijos. La trascendencia del valor también es invisible a los ojos. Es parte del Alma…
Pedro L. Ruiz Aragoneses
Consejero delegado de Alma Carraovejas