Periodista, lleva 20 años vinculado al desarrollo de la televisión de cercanía en España, especialmente desde el ámbito de la información y desde Radio Televisión Castilla y León, cadena de la que fue director general durante 9 años. Esa trayectoria fue reconocida en 2015 con el premio Talento de la Academia de la Televisión. Secretario general de Dircom Castilla y León; miembro del Consejo Social de la Universidad de Valladolid y vicepresidente del Comité Territorial de UNICEF, siempre ha tenido una estrecha relación con el mundo de la empresa, un hecho que fue valorado por EFCyL hace unos meses para concederle el Premio Comunica. Colabora en diferentes medios de comunicación e imparte cursos sobre comunicación estratégica y televisión en España y América Latina. En la actualidad es el CEO de Puentia.
Tras once semanas confinados nos aproximados al día D y la hora H físicamente extenuados y emocionalmente apaleados. Si hace 80 días el pánico era al Covid-19, hoy el miedo nos enfrenta a un virus latente y a un borroso cambio de época que supondrá la transformación de multitud de paradigmas.
La peste roja ha desnudado las estructuras de nuestra sociedad y ha hecho añicos el escaparate del sistema, el de un mundo cada vez más global y, sin embargo, cada vez más dividido; un mundo, a la vez, tan pequeño y conectado como potente y frágil. Como lo ha demostrado esta Europa oxidada, sin alma ni rumbo, en la que vivimos, una Europa anacrónica donde los problemas se nos amontonan en casa. Como también acontece en esta España de memoria corta y exigencia alta que, como si nada, se ha dejado por el camino una parte esencial e irremplazable de la generación de españoles que construyó la mejor versión de nuestro país.
Durante esta terrible tragedia he escuchado en diferentes ocasiones que en crisis como estas aflora todo lo que en verdad somos como sociedad, lo que de verdad llevamos dentro. En ese escenario, con luces pero, sobre todo, con sombras, España bien merece una reflexión en términos de nación; con una marca país dañada; con una reputación maltrecha producto de una colosal debilidad institucional; con una clase política incapacitada para liderar, ni inspirar, y con una sociedad civil harta y apática, se ha puesto de manifiesto que el abismo entre las estructuras de poder y la calle comienza a ser infinito y, desde luego, no responde a las exigencias de este tiempo.
Esta pandemia tiene muchas similitudes con la batalla del río Somme, aquella contienda librada en Francia entre julio y noviembre de 1916, que supuso el mayor desastre militar de la historia del Reino Unido con cientos de miles de muertos y que, según cuenta el periodista Guillermo Altares en Una lección olvidada, fue la primera batalla que llevó a poner en duda el resto de batallas. “Allí se rompió para siempre una relación de confianza con el futuro, con lo que el Estado podía ofrecer, con todas las promesas”. Con el Covid-19 ha sucedido algo similar porque, como ha afirmado el que fuese virrey de la diplomacia estadounidense, Henry Kissinger: “cuando todo esto termine las instituciones de muchos países se percibirán como un fracaso”.
El coronavirus ha despertado serias interrogantes sobre lo que es y no es esencial en la vida: la paz, la libertad, la justicia, la convivencia, los derechos y los deberes humanos. Los daños psíquico emocionales, el estrés post-traumático, el desasosiego, la desconfianza, incluso el miedo físico, deberían hacernos reflexionar acerca de si la decisión es cambiar las cosas para que el ser humano sea lo que debe ser, humano, o cambiar todo para que nada cambie.
Ahora comenzará la reconstrucción, la social y la económica, la económica y la emocional. No tendremos que restaurar edificios, sino personas. Algunos hábitos cambiarán, el consumo cambiará, los negocios cambiarán, la psicología del inversor cambiará, pero más allá de las transformaciones y de que la adaptabilidad será absolutamente crucial, tenemos que elevarnos por encima del insoportable ruido atmosférico para sentar las bases de un futuro esperanzador, de un nuevo orden que sitúe en el centro, como principio y como fin, a las personas.
En este contexto provocado por una realidad inexorable como la propiciada por el Covid-19, nace Puentia, una consultora de comunicación estratégica, especialista en la gestión de la reputación y las relaciones públicas, un valioso instrumento de canales múltiples, dinámico, flexible y eficiente, que cultiva el detalle con la clara vocación de transcender, de sumar más allá de los estereotipos, para levantar puentes en aquellos lugares donde otros pensaron que no era posible. Una plataforma que, con el castellano como motriz, aspira a unir las dos orillas del Atlántico generando flujos de conocimiento y servicios para compartir y agregar talento.
Sostiene el filósofo italiano, Antonio Gramscy que, mientras “el viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Los monstruos en forma de interrogantes, de dilemas, de inseguridad, en definitiva, de problemas. Frente a la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad producto de este reajuste real de las estructuras del mundo, la respuesta debe conjugar la suma de personas, valores, escucha y comunicación. Una realidad que describe a la perfección el porqué de un proyecto como el de Puentia, una pasarela para aprender, entender, razonar, y tomar decisiones desde el compromiso, la sensatez y la reflexión, en un claro ejercicio de responsabilidad colectiva, exigente, honesta y, siempre, solidaria.
Eduardo Álvarez
Consejero delegado de Puentia