Una visión de las dos Españas

Hay personas que siempre están donde y cuando son necesarias. Haciendo poco ruido, pero no calladas. Pasando desapercibidas, pero ayudando a trascender a todo su universo. Gerardo Gutiérrez es una de esas personas. Trabajador y discreto, emprendedor y talentoso, extraordinariamente talentoso. Y sin estridencias.

Así lo ha ido demostrando en cada paso profesional que ha dado. Piezas de una trayectoria convertida en sucesión de éxitos dentro y fuera de España. Un catálogo de buenas decisiones que han ido forjando la leyenda de este químico que ha demostrado ser un extraordinario hombre de negocios de los de antes. Sin hacer ruido, pero con enorme determinación y sin pasos en falso.

Por eso pocos le ponen cara al hombre que durante 24 años, más de la mitad de su exitosa carrera, estuvo al frente de Gadea Grupo Farmacéutico, una corporación que, entre otras aportaciones, fabricaba desde Boecillo (Valladolid) componentes químicos para la elaboración de antibióticos. La única en España en hacerlo. Poco después fue el promotor de la Fundación Gadea por la Ciencia de la que en la actualidad es vicepresidente.

Quienes han trabajado a su lado destacan su cordura, su enorme sensatez, su espíritu crítico y una claridad de ideas absolutamente revolucionaria solo propia de un visionario que jamás se pone límites. Mirando al mundo desde un segundo plano, los ojos del mundo se han posado en él en muchas ocasiones. También por sus valores y por sus enormes convicciones.

Todos quieren a Gutiérrez en su equipo y a Gerardo le gustan los equipos donde poder fajarse. Su época como presidente del Clúster de Biofarmacia Castilla y León la compaginó con la Presidencia de Empresa Familiar Castilla y León. Cuando finalizó esa etapa, nuevo reto al frente del Consejo Social de la Universidad de Valladolid, donde permaneció hasta 2017.

Hoy por hoy participa en más de una veintena de empresas, preside la consultora Gutinver y sigue siendo esa persona a la que se recurre cuando se necesita una idea para crecer, una aportación audaz para cambiar el rumbo de un proyecto y, sobre todo, cuando se hace necesaria una dosis de talento y la determinación de quien sigue mejorando el mundo de forma silenciosa; algo solo al alcance de los grandes.

 

Creo en el mito de las dos Españas. No en cuanto a la división maniquea de izquierdas y derechas, de progres y retrógrados; que llevan al país a una inútil y perpetua fractura en dos mitades irreconciliables. La división que percibo es más honda, entre una parte muy mayoritaria de la sociedad alineada, y alienada con lo “políticamente correcto”, mansa y adormilada, tributaria del poder establecido, y una exigua minoría, más rebelde e inconformista, que cree en la primacía del individuo a la hora de perfilar el papel del estado.

La visión de estas dos Españas la he tenido desde muy joven. Ya entonces, en los últimos años de Franco, los que alentaban el levantamiento popular contra el dictador se daban de bruces con la cruda realidad de una sociedad conformista y amancebada con el propio régimen. La imagen actual de aquel tiempo, de una sociedad enfrentada a la dictadura es, simplemente, una ficción. Por acción o por omisión, la inmensa mayoría de españoles fueron franquistas.

Es verdad que hay una pequeña parte de la sociedad que confía en la libertad del individuo y en su capacidad transformadora. Posiblemente se iniciaron a la lectura con los tebeos del Capitán Trueno, o con el Cantar del Mío Cid; crecieron con las novelas de Víctor Hugo y Walter Scott, y se empaparon del cine de John Ford o de Clint Eastwood. Personas que anhelan ser protagonistas, en primera persona, de su propia vida y que no esperan a que otros vengan a hacerles el trabajo. Personas que creen que la información -y la formación- son pilares básicos sobre los que construir su desarrollo personal y el de los suyos. Que entienden la iniciativa, el sacrificio y el valor, como elementos consustanciales a su vida.

No necesitan buscar el pulso vital a través de vivencias de terceros. Por ello, no les encontraremos frente al televisor siguiendo las peripecias banales de los personajes del corazón ni las aventuras (es un decir) de los “gran hermano” de turno. Mucho menos siguiendo las vidas planas e insulsas de muchos de los youtubers o instagramers del momento, por mucho que estos se hayan convertido en referentes sociales. Creen en el conocimiento, en la experiencia de gestión y en el trabajo duro. Por ello soportan mal que las riendas del país estén en inexpertas manos de perfectos indocumentados, sin oficio real conocido, arribistas del poder cuya única formación es la conseguida en las escuelas juveniles de partido y su motivación esencial deriva de su ambición sin límites.

Entrando ya en mi último cuarto de vida, he tenido la fortuna de haber conocido a muchas de esta minoría de personas, de valía social incuestionable. Profesionales, empresarios, investigadores y académicos de primera. Potente savia con la que alimentar el desarrollo de España y que solo necesita de un sistema circulatorio adecuado, con conductos no estrangulados, capaz de impactar y hacer fluir su conocimiento y sus capacidades hacia el conjunto del país.

Lamentablemente, también he sido testigo de la dificultad de tantos españoles para escapar del abrumador “silencio de corderos” en que mayoritariamente se ha convertido nuestra sociedad. La mansedumbre con que acatan cualquier norma que emana del poder, por absurda que a veces sea, en concurrencia con una intolerancia cada vez más agresiva frente a los que se atreven a cuestionarlas. Labor censora de tantos, como reflejo de impotencia y falta de libertad.

Entre los peores ejemplos a mencionar, como cómplices de esta situación, destaco a la mayoría de nuestros intelectuales. Voces acríticas, con muy pocas excepciones, cuando no completamente enmudecidas. Pendientes en exceso de “no moverse para salir en la foto”. Convertidos en serviles aduladores, de no importa que causa, con tal de que el pesebre siga fluyendo. O el triste rol que vienen jugando la mayoría de los medios de comunicación, no solo irrelevantes en su papel de contrapeso como cuarto poder, sino ofreciendo el bochornoso espectáculo de su alineamiento político en función de la subvención del momento.

La sociedad adormecida, sin pulso, tiene que dar paso a una sociedad más viva y estructurada. Algunos, optimistas, creemos que cualquier objetivo es alcanzable por difícil y lejano que parezca. Que es factible reflotar empresas en estado crítico, aprender música en la vejez, e incluso suceder a Florentino en la presidencia del Real Madrid. La gran empresa que hoy tenemos por delante es sacar a nuestra sociedad de su estado catatónico y articular en cada empresa, pueblo o ciudad, los intereses de cada grupo. Un empeño que es responsabilidad individual de cada uno de nosotros. Nadie vendrá a hacerlo por nosotros. Los de mi generación tenemos algunas ventajas para intentarlo. Entre ellas, el conocimiento y la experiencia de nuestras vivencias, el no tener ya nada que perder y el compromiso generacional que sentimos con los que vienen detrás de nosotros. Y, sobre todo, la ilusión no perdida.

Gerardo Gutiérrez

Presidente de Gutinver

Vicepresidente del Patronato de la Fundación Gadea por la Ciencia