El vino, un buen acompañamiento en tiempos revueltos

No exagera quien se refiere a Rafael del Rey como erudito del vino. Así lo ratifica su amplia trayectoria, sus numerosas publicaciones sobre el sector vitivinícola y su incesante actividad divulgadora y lectiva, bien como conferenciante con la agenda repleta de compromisos, bien como profesor de referencia para algunas de las instituciones más prestigiosas de España, caso del Basque Culinary Centre, donde imparte clases sobre el sector del vino en España y en el mundo en su master en Sumillería y Enomárketing. Pero solo es la punta del iceberg.

Hasta llegar a las direcciones generales de la Fundación General del vino y del Observatorio Español del Mercado del Vino, este trotamundos se ha ido formando a través de la experiencia adquirida nada menos que en 18 países diferentes. 18 lugares que son referencia mundial y de los que ha ido absorbiendo conocimientos para hacer gala de otra de sus grandes virtudes, la capacidad para decantar lo aprovechable e incorporarlo a su día a día. No es casualidad que a su licenciatura en Ciencias Políticas sumara un máster en economía internacional, finanzas y desarrollo.

Seleccionado como uno de los profesionales del vino más relevantes por Wine Intelligence y en el 30 aniversario de la revista Sobremesa, el flechazo que este madrileño del 60 sintió por el vino en aquel lejano 1995, cuando aceptó la oferta de la Agrupación de Artesanos y Bodegueros de La Rioja, sigue intacto. Una pasión viva que continuará dándole alegrías y reconocimientos y motivándolo para llevar cada vez más lejos uno de los productos insignia de un país que puede presumir de materias primas gracias, entre otros muchos factores, a embajadores de categoría como este enamorado del fruto de la uva. Néctar de dioses y orgullo de país.

 

Vivimos tiempos revueltos, de incertidumbres, prisas, desasosiego y ahora, con la COVID-19, incluso angustia. Hiperinformación, fake news, desastres naturales, crisis, desempleo, cierres de empresas, grandes campañas mundiales para defendernos de desastres que se ciernen sobre nosotros (calentamiento global, black lives matter, Me Too, violencia…) y, en general, sensación de tensión.

Pero también la experiencia de la COVID-19, con sus confinamientos y limitaciones al movimiento, con sus muertos y enfermos, nos han hecho reflexionar sobre la importancia de lo esencial. La salud, por supuesto, la familia, los amigos, las reuniones, la celebración, los viajes y excursiones y tantísimas otras cosas que dábamos por sentadas hace unos meses, sin muchas veces concederles la importancia que realmente tienen y que, ahora, hemos vuelto a valorar en toda su gran dimensión.

Desde el sector del vino hemos sentido en estos meses grandísimas pérdidas de amigos y compañeros. Hemos sufrido el cierre de los bares y restaurantes, la pérdida de turistas extranjeros y las limitaciones a las celebraciones en casa. Hemos tenido que readaptar procesos, formas de trabajar, desde la vendimia a la promoción y las ventas, pasando por la elaboración del vino. Hemos invertido en mascarillas, en las medidas de seguridad para evitar contagios e, incluso, una parte del sector dedicó sus esfuerzos en la época más dura de la pandemia para elaborar gel hidroalcohólico de emergencia. Pero hemos conseguido sobreponernos a todo ello, mantener las producciones y las ventas, los equipos y las empresas, para acabar el año con una pérdida importante de facturación en el mercado nacional, pero mucho menor en los mercados internacionales, que en ambos casos esperamos poder recuperar en los próximos meses. Hemos comprobado que el sector español del vino estaba bastante bien equipado contra las crisis, que había aprendido la lección del período tormentoso entre 2010 y 2015, y que la diversificación de mercados y canales, la venta por internet y la amplitud de las carteras, con vinos de muy distintos tipos dirigidos a consumidores diferentes, podrían permitir que los efectos de algo tan duro como el cierre de la hostelería y del movimiento mundial no tuviera efectos desastrosos.

Pero, además, el vino nos ha demostrado en estos meses ser un magnifico compañero de ruta. Echamos de menos más celebraciones, pero apreciamos tomar una copa de vino con nuestros familiares en un momento de relax en casa. Y se extiende, también en España, la costumbre que observamos en las series americanas de ponernos una copa al llegar del trabajo o mientras preparamos la cena. Hemos vuelto a disfrutar de una copa de vino con las comidas y cenas en el hogar. Y estamos, poco a poco, saliendo nuevamente a ver a los amigos y tomarnos un vino con ellos, brindando por recuperar una vida “normal”.

Porque el vino, también en estos tiempos de convulsión y desasosiego, se ha demostrado como un buen acompañante de momentos de relax o fiesta. Nos gustan los blancos frescos, los finos, los cavas, los rosados, los tintos de mil comarcas españolas y también muchas bebidas con vino, como refrescos de moda. Pero, además de por gustarnos y disfrutar con ellos, apreciamos lo que lleva una copa de vino. No solo es un magnífico acompañante de cualquier comida o aperitivo. Comprobamos que también es símbolo de celebración, de amistad, de reuniones familiares. Algo que tanto hemos aprendido a apreciar en estos tiempos.

Y sentimos el vino como algo muy nuestro de lo que hablar o al que referirnos con alguna anécdota. Conocemos sus lugares de origen y cada vez más nos animamos a visitar esas comarcas extraordinarias y paisajes naturales preciosos donde crece la viña y se elabora el vino, por gentes que siempre nos reciben con amabilidad. Y si nos paramos un poco a pensar, recordaremos también que el vino esta en mil manifestaciones culturales que nos rodean desde niños. Está en la religión, en la historia, en cientos de cuadros en el museo del Prado y otras galerías. Está en nuestra literatura, en Cervantes y en Shakespeare como en Steinberg o en Noah Gordon. Está en la arquitectura de las grandes bodegas modernas diseñadas por los mejores arquitectos de nuestra época, como lo está en los capiteles y dibujos de mil conventos románicos o góticos en España. El vino colabora de forma intensa en el mantenimiento de nuestro entorno rural y contribuye como pocos a la lucha contra el cambio climático. El vino son paisajes, que gracias a él se protegen, y es también asentamiento y medio de vida para miles de comarcas y pueblos de nuestro país.

Por todo ello, por lo que podemos disfrutar de una copa de buen vino, por lo que significa de sociabilidad, de relax, de celebración, en estos tiempos convulsos y agitados; por lo que supone de cultura, de historia y medioambiente, por los mil viajes que seguiremos haciendo para conocer nuevas comarcas y bodegas, por los muchos buenos momentos en los que el vino nos ha acompañado y seguirá acompañando, brindemos. Y aunque el entorno no lo ponga fácil, las noticias puedan no ser buenas y la tensión se palpe, sigamos disfrutando de una copa de vino con los amigos y la familia, en calma y con una buena conversación y unas risas.

Rafael del Rey

Director general del Observatorio Español del Mercado del Vino

Gerente de la Fundación para la Cultura del Vino